Dos días después, llega el momento de enterrar a la abuela de Alai.
El féretro va en una carroza fúnebre de color negro decorada con arreglos florales. Nosotros la seguimos a bordo de un autobús que también se dirige al cementerio. Mis padres se acomodan en la parte de atrás, mientras que yo me siento al costado de mi mejor amiga durante todo el camino. No dejo de escucharla llorar. Intento que ella no me oiga cuando se me escapan unos cuantos sollozos. Sin embargo, aunque no levanta la mirada, sospecho que se da cuenta, porque me abraza con más fuerza.
Una vez en campo santo, trasladan el ataúd hacia la pequeña capilla en que se llevará a cabo la ceremonia. Jake y Oliver se sientan con nosotras, en tanto Katherine y Lily se ubican en la fila de delante. Terminada la misa, conducen el féretro hacia donde será la última morada de la mujer que nos vio crecer. Al ligar nos acompañan algunos vecinos y varios familiares de Mayra. Tanto ella como mi amiga se acercan a depositar una rosa blanca sobre el ataúd.
De regreso, Alai camina del brazo de Jake en completo silencio. Mantiene la vista en el suelo, pero aun así me percato de la rojez de sus ojos. Luce pensativa, como si recién estuviera procesando lo sucedido. Katherine y Lily nos observan con preocupación, así que fuerzo una sonrisa. Solo quiero que sepan que nos sentiremos mejor. Algún día.
Significa mucho para mí que estén aquí, aunque no tengo ganas de hablar. Oliver lo entiende, así que no me obliga a ello. Sabe que nuestro dolor no se esfumará terminado el día, sino que se quedará allí por un buen tiempo.
A las afueras del cementerio, nos ofrecen botellas de agua y guardo la mía en mi mochila. Luego subimos a los autobuses para regresar a casa y Alai se sienta otra vez junto a mí. Me tranquiliza un poco no oírla sollozar, pero quizá se deba a que se le han acabado las lágrimas. Muchas veces he tenido esa sensación. Siento que he llorado tanto que me he secado, que el dolor necesita acumularse en mi alma de nuevo para después salir expulsado a través de un llanto inconsolable. Sin embargo, Alai no parece encontrarse en esa etapa ahora. Permanece callada hasta que volvemos y nos despedimos de nuestras amigas. Jake y Oliver se marchan un rato después, por lo que nos quedamos solas en su habitación.
Me siento en su cama y me distraigo tocando su guitarra. Reproduzco una leve melodía, la cual la relaja. Cierra los ojos y solo los abre cuando deja de escucharme, pues me detengo para beber un poco de agua.
—¡Cristel, no!
Separo la botella de mis labios y me volteo hacia ella, desconcertada.
—¿Qué? ¿No puedo hidratarme?
—No sé si sea buena idea hacerlo con agua bendita.
En ese entonces caigo en cuenta de la etiqueta. Juro que normalmente no soy tan despistada. Por lo menos he logrado hacerla reír un poco.
—Qué importa. Ya de paso bendigo mis órganos. —Bebo un sorbo y deposito la botella sobre su mesita de noche. Los ojos de Alai se encuentran con los míos—. No me veas así. Me da pereza levantarme a la cocina.
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Escúchame cantar
ChickLitCristel está cansada de vivir con miedo. Miedo de salir de casa y no volver. Miedo de perder a una de sus amigas. Miedo de adentrarse en una historia de amor y que esta se convierta en una de terror. De hecho, esto ya sucedió la última vez. Sin emba...