14| Miedo a la realidad

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El martes después de la escuela, me dirijo a casa de Alai

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El martes después de la escuela, me dirijo a casa de Alai. Nada más llegar, decidimos mirar una película sin saber que esta destruiría nuestra estabilidad emocional. Dos horas después, estoy limpiándome las lágrimas con un pañuelo mientras que, a mi costado, mi mejor amiga se frota los ojos con la manga de su casaca. El tazón de palomitas de maíz yace vacío a un lado del sillón, por lo que mi amiga no atrapa nada cuando tantea en busca de alguna.

Recién nos levantamos del sofá cuando esta termina y apagamos la televisión. He venido aquí tantas veces que ni siquiera necesito preguntar dónde se encuentra el baño y simplemente camino hacia allí para lavarme la cara. No lloraba así desde que descubrí que mi exnovio me engañaba.

Lo que más me duele es que tanto la película de Desde mi cielo como el libro en que está inspirada fueron basados en un caso real que ocurrió hace muchos años. Ese monstruo en verdad existió y asesinó a una niña de once años, quien obtuvo justicia cuatro décadas más tarde. El solo pensar que escorias así yacen esparcidas por el mundo me pone los nervios de punta.

Creo que la película me ha dejado paranoica, pues me sobresalto al escuchar la voz de Alai, quien aprovecha que la puerta del baño yace entreabierta para asomarse al interior.

—¿Cris? Avísame si necesitas otra caja de pañuelos.

—¿Acabé con la que tenías?

—La terminamos entre las dos. Y con justos motivos.

—Estuvimos a punto de inundar la sala con nuestras lágrimas.

—Ahora entiendo por qué mi papá no quiso verla con nosotras. Le ponen muy sensible ese tipo de temas —comenta Alai, hecho que no me extraña viniendo del señor Dennis—. Mamá me recomendó que la mirase con una amiga.

—Y elegiste sacrificarme a mí.

—En otras palabras, sí. —Esboza una sonrisa que de angelical no tiene nada—. Por cierto, un pote de helado ha aparecido mágicamente en la nevera, ¿te apetece un poco?

—¿Helado de dudosa procedencia? Desde luego que sí.

Salimos del baño con dirección a la cocina, para lo cual debemos pasar por la sala. Hay pañuelos en el suelo y palomitas de maíz en el sofá, por lo que decidimos limpiar un poco. Cuando todo está en orden, vamos por el helado y lavamos el tazón de canchita vacío para guardarlo después.

Al regresar, volvemos a adueñarnos del sofá. A un costado se encuentra mi mochila, de la cual sobresale mi ukelele. Hoy lo llevé a la escuela para que me acompañara durante los recesos. Me fascina rasgar sus cuerdas en una melodía inventada y observar los colores que producen los sonidos. La música me calma. Me hace sentir que todo estará bien y que no importa la grandeza del laberinto donde me halle perdida, encontraré la salida tarde o temprano. Espero pronto recuperar la confianza que Dan me arrebató. Y también espero sacármelo de la cabeza cuanto antes.

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