36| Fuera de la zona de confort

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Soy pésimo comprando obsequios.

Siempre que pienso en algo que sea del agrado de otra persona, mi mente se nubla por completo, aun si se trata de alguien que conozco a profundidad. Y, por si fuera poco, acabo descartando las pocas ideas que se me ocurren por temor a que no las reciban de la mejor manera. No quiero que nadie se vea obligado a disfrazar su disgusto de satisfacción y mucho menos Jake el día de su cumpleaños.

Por esa razón, no dejo de carcomerme la cabeza la noche anterior. Sigo sin tener nada que ofrecerle, así que recurro a mis materiales de arte y a una vieja fotografía que encuentro en el álbum de fotos que guarda papá en su despacho. Este le entrega su obsequio a mi primo el sábado por la mañana, el cual consiste en un tocadiscos con bluetooth estilo vintage bastante bien equipado. Luego de comprobar que sus ideas son mejores que las mías, abandonamos la casa y nos dirigimos a la agencia de turismo, donde conocemos al guía que nos acompañará durante la excursión.

—Solo faltan dos personas para que salgamos rumbo a Luya. Hace buen tiempo, así que no tendremos problemas para acceder al sitio de los sarcófagos —nos garantiza, en tanto esperamos fuera de la oficina a Cristel y Alai. Ambas deben aparecer en cuestión de minutos—. Caminaremos mucho. Ojalá hayan traído mucha agua.

Asiento en confirmación y me giro levemente para que observe la botella ubicada en el bolsillo lateral de mi mochila. Me alegra no haberme olvidado de nada. Jake no dejaba de apurarnos, pese a que nos íbamos retrasados. Llegamos con una hora de antelación, incluso antes que Katherine y Lily, quienes prefirieron aguardar dentro de la camioneta que utilizaremos para trasladarnos al lugar.

—Descuide, estamos preparados —le sonríe mi primo, más contento que de costumbre—. Apuesto que será una experiencia inolvidable.

—¿Inolvidable en qué sentido? Porque él de hecho parece asustado.

Trago grueso. La cara de pánico no me la quita nadie. A cualquiera le aterraría la posibilidad de que extraviarse dentro de una caverna y que nadie vuelva a saber de sí. Me asustaría menos si supiera que en el interior no habitan murciélagos, pero el guía no ha mencionado nada y no me atrevo a preguntar.

Tampoco tengo tiempo para eso, ya que oigo una voz a mis espaldas y alguien me coge del brazo. El contacto entre su piel y la mía ayuda a que mis músculos se relajen. Con Cristel me siento a salvo, como si curase heridas que ni siquiera provocó.

—¿Cristel?

—¿Y ese entusiasmo? —increpa con retintín. Recién entonces salgo de mi ensimismamiento y reparo en que Alai la acompaña, por lo que a mi primo le centellean los ojos. Lástima que ella ni se percata—. Yo también me alegro de verte. Me contagias tus ganas de vivir.

—Si me devora un león o algún animal feroz, quiero que sepas que...

—Oliver, basta. Nada de eso sucederá. Aquí no hay leones. —Jake chasquea los dedos para atraer mi atención cuando desvío la vista hacia las montañas cubiertas de vegetación que rodean la ciudad—. Ellos viven mayormente en África, al sur del desierto del Sáhara. La fauna de aquí la conforman la tortuga charapa, el mono araña y roedores como el añuje y la majaz.

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