Estaba comenzando bien el día.
No pensaba salir de casa tan temprano, sobre todo después de una semana tan ajetreada. Tuve que ingeniármelas para entregar trabajos finales en tiempo récord, pues se aproximan las vacaciones de octubre. Sin embargo, a Alai le parece buena idea despertarme a las seis de la mañana un sábado para que la acompañe a la florería. Ayer le llegó el catálogo del mes al correo y cuando vio que contaban con una nueva variedad de dalias llamada «soltera feliz», decidió que sería la primera clienta del día.
La pareja de esposos nos atiende bastante rápido. Él se encarga de colocar a la planta en una nueva maceta, en tanto ella saca la cuenta de todas las cosas que pedimos. No solo nos llevamos unas dalias, sino también un poco de abono y unos utensilios para el jardín. Al salir, guardo todo dentro de una bolsa de mano y Alai se ocupa de transportar el macetero. Nos pasamos el camino hablando sobre la fiesta de Halloween y no me percato de que hemos estrado a mi calle hasta que el silbido de un hombre que ronda cincuenta años nos sobresalta. En ese momento soy consciente de donde nos encontramos y recuerdo demasiado tarde que no cambiamos de acera.
—¡Están riquísimas! Me las quiero comer de una.
Alai me toma de la muñeca y siento su piel fría como consecuencia del miedo. Faltan apenas unos pasos para llegar a su casa, pero reconozco esa voz y la impotencia puede conmigo. Sé que debo tener cuidado. Que la gente que vive en la casa de paredes color miel es peligrosa. Que posiblemente están metidos en un submundo delictivo. Pero no me apetece quedarme callada, aun cuando el hombre de semblante prepotente me haga temblar. Trae puestos unos lentes de sol y una gorra que mantiene oculto su cabello negro.
—Yo quisiera desencajarte la mandíbula de un puñetazo por enfermo.
Sus cejas se alzan con burla y se lleva el cigarrillo a la boca para darle una calada.
—¿Cómo mierda vas a hacer eso tú? No armes un drama por estupideces. A las mujeres ya todo les ofende. Tienen un bonito cuerpo, pero si se ponen así de escandalosas se les escaparán los pretendientes.
—¿Entonces debemos dejar que nos grites obscenidades?
Avanza hacia nosotras, mas no retrocedo. Alai se oculta detrás de mí y me sujeta del brazo. Tira de él para obligarme a caminar, pero no me muevo. Aunque mi corazón late casi tan rápido como el suyo, mi enfado supera a cada uno de los miedos que habitan en mi interior. Estoy harta de vivir en una realidad así.
—No me vengas con ese argumento cuando ustedes ni siquiera se respetan a sí mismas. Si lo hicieran, no se pondrían esa ropa ni andarían por ahí mostrando todo. —La manera en que nos observa me resulta repulsiva. Yo traigo puesta una camiseta de Taylor Swift y unos pantalones cortos, mientras que Alai ha optado por una blusa con estampado de flores y una falda. Ninguno de nuestros atuendos representa una invitación para que nos falten el respeto—. Y para colmo se quejan, como si no fuera su culpa.
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Escúchame cantar
ChickLitCristel está cansada de vivir con miedo. Miedo de salir de casa y no volver. Miedo de perder a una de sus amigas. Miedo de adentrarse en una historia de amor y que esta se convierta en una de terror. De hecho, esto ya sucedió la última vez. Sin emba...