Una semana más tarde, finalmente despiden al profesor Rogers.
Dejamos de encontrarlo por los pasillos, por lo que nosotras volvemos a sentirnos seguras en las instalaciones. Solo que todavía nos atemoriza toparnos con él fuera del plantel. Y también que vaya a parar a otra escuela, donde consiga nuevas víctimas. Sin embargo, tenemos fe en que las denuncias puestas en su contra le impedirán obtener empleo.
Con él lejos de aquí, los días transcurren con rapidez y cuando menos nos damos cuenta, estamos entrando al mes de julio, lo cual significa que Oliver y yo llevamos un mes juntos. Solemos pasar las tardes en el parque, yo con el ukelele y él sumergido en sus dibujos. Incluso almuerza conmigo y con mis amigas durante los recesos. No sé si sea por mí, pero no le cuesta seguir el tema de conversación. De hecho, habla con ellas como si las conociera desde hacía mucho y no me rechaza cuando intento acercarme a él, aun si hay gente observando.
Desde hace unos días ha dejado de sentarse al fondo del salón para trasladarse a la carpeta ubicada a mi izquierda. Por esa razón, en clase de Ciudadanía y Cívica, se voltea hacia mí sitio apenas la maestra Miranda anuncia un debate. Sabe que no pienso perderme la oportunidad.
—No están obligados a participar todos, solo necesito dos personas voluntarias —aclara y suelto mi bolígrafo con el objetivo de tener la mano libre, lista para ser alzada—. Ambas tendrán puntos extras en el examen bimestral siempre y cuando expresen sus puntos de vista desde el respeto y la empatía. No toleraré insultos ni gritos y mucho menos agresiones físicas. Queda prohibida cualquier forma de violencia. En esta oportunidad, debatirán acerca del aborto. Para esto necesito a alguien que esté de acuerdo y a una persona que no.
—Yo estoy a favor —manifiesto y al igual que cuando me ofrecí para exponer a principio de año, procede a anotar mi nombre en su agenda.
—Y mi postura es en contra —expresa Maritza, sentada detrás de mí.
Enseguida sonrío. Me gusta la idea de debatir con ella. Conozco su postura desde hace tiempo y hemos platicado al respecto varias veces. Ninguna ha intentado nunca imponer sus ideas sobre la otra.
—La mía también —interviene Madison, a quien Maritza observa de reojo—. Quisiera que me cediera un espacio para poder dejarles las cosas claras a la gente que apoya el genocidio de los más indefensos. Para mí que apenas tienen neuronas en la cabeza, porque no comprendo cómo...
Justo cuando me asalta la necesidad de interrumpirla con urgencia, la profesora Miranda se ocupa de ello.
—Ya basta, Madison. No permitiré esta clase de comentarios en mi clase. Creo que estoy hablando con estudiantes con el grado de madurez suficiente como para respetar posturas opuestas a la suya. Que sea la última vez que uno de ustedes se expresa de ese modo, ¿entendieron? —Nos señala a todos con su lapicero y la aludida se encoge en su asiento—. Cristel y Maritza discutirán la próxima semana. Asegúrense de tener listos sus argumentos y de respaldarlos con fuentes académicas confiables. Yo dirigiré el debate. Les recomiendo que vengan preparadas.
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Escúchame cantar
ChickLitCristel está cansada de vivir con miedo. Miedo de salir de casa y no volver. Miedo de perder a una de sus amigas. Miedo de adentrarse en una historia de amor y que esta se convierta en una de terror. De hecho, esto ya sucedió la última vez. Sin emba...