La temporada de exámenes llega poco después de la visita escolar al sitio arqueológico de Kuélap. Por suerte, la maestra Harriet desiste de bajarles puntos en la prueba final a quienes salieron del aula mientras dictaba la clase acerca de la Edad Media. Ella no dice nada, pero me resulta fácil deducirlo tras obtener la máxima nota. Le prometí a papá que mejoraría mis calificaciones y creo que voy por buen camino. Hace tanto por mí que me siento en la obligación de compensárselo de alguna manera.
Al principio temía que se negara a cambiarme de escuela y me obligara a quedarme en el lugar de mis pesadillas. Agradezco que no fuese así. Sin embargo, me hubiese gustado que descubriera lo que ocurría de una forma diferente de la que lo hizo.
Mi padre insiste en que debería contárselo también a Jake cuando venga de visita. Yo también pienso que es hora de que lo sepa, aunque me atemoriza un poco su reacción. Lo conozco. Querrá ir a confrontarlos y eso de ningún modo terminará bien. Si los cálculos no me fallan, llegará a más tardar el sábado por la tarde. Viajará en avión de Lima a Jaén, ya que no existen vuelos directos hacia aquí. En esa ciudad lo esperará mi padre, quien, como de costumbre, lo acompañará durante el camino a casa en autobús.
Intento que la ansiedad no me carcoma mientras atravieso el parque donde estuve con Cristel hace unas semanas. Logré sacarle una sonrisa aquella tarde y la sensación que me produjo verla tan feliz fue tan cálida que no pude resistirme a comprar más pinturas, así que aproveché que durante semana de exámenes salimos a mediodía para dirigirme a la tienda más cercana. Me gusta el color negro de su ukelele de Cristel, pero le vendría de mucho mejor un diseño. No poseo nada más que eso en mente, por lo que la figura que se dibuja frente a mí me toma por sorpresa. Siento que se me congela la sangre y podría jurar que palidezco por completo.
—Qué sorpresa encontrarte aquí. Creí que a estas alturas ya le habrías hecho un favor al mundo pegándote un tiro. No necesitamos más trozos de mierda por acá.
Con solo escucharlo se me ponen los pelos de punta, pero trato de no demostrarlo. No ha cambiado nada. Sigue teniendo el cabello corto y las cejas pobladas, así como una incipiente barba que se niega a afeitarse. Como siempre, trae los primeros botones de la camisa desabrochados, de modo que salta a la vista el vello de su pecho.
—¿A eso vienes? ¿A quejarte de mi existencia? ¿No se te ocurre nada mejor que hacer?
—Alguien debe recordártelo, ¿no te parece?
Como si de eso no me encargara yo.
—Me ha quedado claro. No gastes tu tiempo.
Doy media vuelta, dispuesto a escapar antes de que sea demasiado tarde. Sin embargo, Steven tira del cuello de mi camiseta para obligarme a regresar y mi cuerpo entero entra en tensión.
—Te echamos de menos en la escuela. Nada es lo mismo sin ti —asegura con un brillo de malicia en los ojos. Hace mucho que no lo veía en persona, porque de mis pesadillas nunca desapareció—. Lástima que te hayas marchado. Extrañábamos pasar los recreos contigo.
ESTÁS LEYENDO
Escúchame cantar
ChickLitCristel está cansada de vivir con miedo. Miedo de salir de casa y no volver. Miedo de perder a una de sus amigas. Miedo de adentrarse en una historia de amor y que esta se convierta en una de terror. De hecho, esto ya sucedió la última vez. Sin emba...