1| Código rojo

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Me bajó

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Me bajó.

Empecé a sentirme mal en plena clase de Educación Física, pero no fue hasta que mi mejor amiga me avisó que tenía los pantalones manchados que corrí al baño. Mi periodo llevaba retrasado cinco días y, aunque nunca he mantenido relaciones sexuales con nadie, comenzaba a preocuparme la posibilidad de un embarazo. Expuesto así carece de sentido, lo admito. A veces ni yo misma me entiendo.

El desprendimiento de mi endometrio alivió dicha preocupación, mas una nueva nació cuando mi mejor amiga, me advirtió acerca de una mancha en mis pantalones. Fue en ese entonces que me percaté de que en mis pantalones se había dibujado la mismísima bandera de Japón y casi al mismo tiempo, me asaltó un fuerte dolor en el vientre. Siempre cargo conmigo una toalla higiénica y una pastilla, pero no creí que hoy las necesitaría. Y al parecer Alai tampoco, porque tampoco tenía ninguna.

Apenas nos situamos en la primera hora y la idea de quedarme así hasta la salida me desagrada, pero no poseo otra opción. Culpo al Mercurio retrógrado de mi mala suerte.

Con la esperanza de que esta mejore un poco, acelero mi caminata hacia la enfermería mientras lucho por ignorar las risas que varios de mis compañeros ni se molestan en disimular. Otros van mucho más allá y me señalan con muecas de asco.

Sé que la menstruación dejó hace mucho de considerarse un tema tabú y que no debo sentirme avergonzada, porque es un proceso completamente normal. Pero no puedo evitar sentirme humillada. Es así que, en un intento de calmarme, recurro a la música y empiezo a tararear una melodía que conozco bastante bien. Solo que le realizo ciertos cambios a la letra.

—Hoy se cumple un mes y ya llegó Andrés. Se vino nada más, me quiso fastidiar...

Expulso un suspiro al llegar a la enfermería y llamo a la puerta. Casi de inmediato, la enfermera que atiende en el lugar me invita a pasar. Esta luce tan feliz como de costumbre, por lo que trato de esbozar una sonrisa.

—¿Sucede algo, Cristel?

—Código rojo. —Giro sobre mis talones, dejándole vista libre a la mancha en mis pantalones—. Necesito toallas nocturnas ultra invisibles absorbentes con alas y de flujo abundante. Marca Nosotras de ser posible.

En realidad, dudo que lo sea. El botiquín de primeros auxilios apenas cuenta con agua oxigenada, vendas y una botella de alcohol medio vacía. Pero elijo conservar la fe.

—¿Tienes cólicos?

Asiento.

—Por eso necesito las pastillas.

—Me temo que no nos queda ninguna, Cris. Solo tenemos toallas higiénicas. Están en el estante de allí por si deseas coger una.

—Gracias, Ruby. Te debo una.

—Déjame ver si encuentro una bolsa de agua caliente por aquí, ¿sí? Tal vez te ayude. Aguarda un segundo.

La enfermera inspecciona el pequeño armario ubicado en una esquina y sonrío. Aprecio que intente hacerme sentir mejor. Sin embargo, conforme discurren los minutos, el dolor se intensifica y me llevo ambas manos al abdomen. Un siglo sin ti de Chayanne suena a través de la radio, melodía que observo de color azul con algunos tintes de verde. Aquello me distrae un poco, pero, como puedo, aparto la cortina que divide el cuarto en dos y me dirijo hacia el estante que se ubica del otro lado. Canto victoria cuando diviso un paquete de toallas higiénicas y trato de abrirlo. No obstante, rompo el envoltorio con tanta fuerza que varias salen despedidas por el aire.

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