Después de la escuela, me dirijo a la tienda más cercana para comprar un encendedor no sin antes avisarle a papá que llegaré tarde a casa. El que solía usar ha dejado de funcionar y no podré practicar fumage hasta que no consiga otro. A veces siento que me he vuelto adicto a ese tipo de arte. Me gusta tener el control sobre el fuego y maniobrarlo a mi antojo. Lo considero mi forma de libertad favorita.
Y necesito urgentemente sentir que soy bueno en algo, porque el examen de Álgebra barrió el suelo conmigo. Si bien contesté todas las preguntas, dudo que todas mis respuestas hayan sido acertadas. Espero aprobar, aunque sea con la nota mínima. No quiero defraudar a Jake.
Ese miedo sigue ahí incluso cuando entro en la tienda, pero lo hago a un lado para centrarme en lo importante. Al no ver a nadie, golpeo el mostrador con una moneda que saco de mi bolsillo mientras le echo un vistazo al lugar. Se trata de una pequeña ferretería a unas cuantas calles de la plaza que cuenta un estante repleto de herramientas, baldes de pintura y otros productos. También poseen varios materiales de construcción, como bolsas de arena y cemento. Seguro que tienen un encendedor.
—¿Buscas algo?
De repente, Cristel está frente a mí. No entiendo qué hace aquí, mas no puedo evitar que se me forme una sonrisa.
—¿Trabajas en este sitio?
—Podría decirse que sí. Por lo general, atiende mi madre, pero está ordenando el almacén y me dejó a cargo. —Apoya los codos sobre el mostrador, de modo que su rostro queda más cerca al mío, lo cual no me molesta en lo absoluto.
—Vine por un encendedor, ¿existen descuentos para amigos o conocidos?
—Me temo que no, mas puedo hacerte una rebaja como reposición de los daños causados cuando aterricé sobre ti.
Me alegra que ahora se lo tome con humor.
—No fue tu culpa que la rama se rompiera.
—Si pesara un poco menos, eso no habría pasado. Quizá me venga bien quemar calorías en el gimnasio. El único problema es que me canso a los veinte minutos en la trotadora.
—No tienes que cambiar para satisfacer al resto, Cris.
—Tienes razón. Lo siento. A veces se me olvida lo más importante.
Se voltea hacia el estante ubicado a sus espaldas, del cual saca una pequeña cajita que contiene el encendedor que le pedí. La deposita sobre la mesa y me dice el precio, por lo que procedo a buscar algunas monedas en mi bolsillo.
—Intenta no prestarles atención a idiotas como los del otro día. No saben de lo que hablan. Ellos ni siquiera te conocen.
—Creí que Dan se arrepentía de haberme engañado —titubea y por algún motivo me asalta el impulso de tomar su mano—. Me pidió que volviéramos un mes después de que terminé con él. Dijo que me extrañaba y que no se quedaría tranquilo hasta que no lo perdonara.
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Escúchame cantar
ChickLitCristel está cansada de vivir con miedo. Miedo de salir de casa y no volver. Miedo de perder a una de sus amigas. Miedo de adentrarse en una historia de amor y que esta se convierta en una de terror. De hecho, esto ya sucedió la última vez. Sin emba...