Dado que la escuela no toma las medidas pertinentes ante los casos de acoso sexual, Cristel y sus amigas deciden actuar por cuenta propia. Tanto el padre de Katherine como la mamá de Maritza se acercan ese mismo día a hablar con la direvtora, pero se pone de parte del maestro Rorgers cuando este les asegura que se trata de un malentendido. No sé cómo puede bastarle su palabra.
Por esa razón, las chicas optan por empapelar los pasillos con carteles contra la violencia de género. Me preguntaron si podía ayudarlas a colgar afiches, a lo cual accedí. Solo espero que esto dé resultado y ese depravado abandone la escuela cuanto antes.
—Gracias por sumarte a la iniciativa. Espero que así logremos que expulsen al profesor Rogers de estos espacios.
Volteo al escuchar la voz de Cristel cuando acabo de pegar un cartel en la pared. Me tranquiliza verla sonreír, aunque la situación siga siendo la misma.
—No puedo ser feminista porque los hombres no son el sujeto político del movimiento, sino las mujeres. Pero sí que podemos traicionar al patriarcado y despojarnos de nuestras actitudes machistas —le aseguro. Lástima que algunos ni siquiera tengan la voluntad—. No soy perfecto, Cristel. Tengo un largo camino por recorrer y muchas creencias que eliminar de mi mente. Sin embargo, estoy dispuesto a hacerlo y acompañarte hasta donde tú me lo permitas. Quiero cambiar, convertirme en alguien mejor todos los días y contribuir con la sociedad. Te prometo que estaré para aplaudirte en cada paso que des.
—¿Entonces no te molesta que sea feminista?
—Me encanta cada parte de ti, Cris. Te quiero justo así.
Expresárselo en voz alta me quita un peso de encima. Temía que le pareciera muy apresurado, pero lo que hace en lugar de restarle importancia es observar a ambos lados para comprobar que nadie merodee por el pasillo y pega sus labios a los míos. El contacto dura apenas unos segundos, porque escuchamos un par de voces y un grupo de chicos que pasa por nuestro costado.
Las clases ya terminaron, mas decidimos quedarnos para colgar los carteles. Sospecho que la única razón por la que los profesores no los han arrancado no radica en las denuncias por acoso sexual hacia un maestro, sino porque, como yacen pegados con cinta adhesiva, les preocupa dañar las paredes.
—Yo también te quiero, Oliver —murmura cerca de mis labios y automáticamente sonrío. Ese efecto suele tener en mí Cristel—. Perdón si no hemos pasado tanto tiempo juntos estos días.
—Ya habrá momento para eso. Por ahora agradezco que me dejes ayudarte.
No quiero que surque mi vida como una estrella fugaz, sino que se quede en ella para siempre. Rezo para que así sea.
—Me alegra haber encontrado a alguien como tú —confiesa.
—¿Qué ocurre conmigo?
—Sabes que me gusta componer canciones, ¿no?
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Escúchame cantar
ChickLitCristel está cansada de vivir con miedo. Miedo de salir de casa y no volver. Miedo de perder a una de sus amigas. Miedo de adentrarse en una historia de amor y que esta se convierta en una de terror. De hecho, esto ya sucedió la última vez. Sin emba...