Llegado el miércoles, nos dirigimos a casa Cristel a la salida de la escuela para comenzar con el proyecto. Ella camina a mi costado mientras que Alai avanza delante de nosotros con su teléfono en mano, en el cual teclea sin cesar. Maritza no nos acompaña, pues olvidó su cuaderno en la escuela y tuvo que regresar por él, pero prometió que nos alcanzaría luego.
Es así que toda mi atención recae en Cristel, quien me cuenta acerca de su experiencia concursando en televisión. Me gusta escucharla hablar sobre su música, por lo que fui yo el que sacó el tema. Sin embargo, dejo de oírla cuando reconozco la voz de mi primo y volteo en un intento de averiguar de dónde proviene.
¿Y si se ha vuelto omnipresente? Podría vigilarme desde cualquier lugar a la hora que sea. Incluso cuando voy al baño. Eso sería perturbador. Actuaría como mi conciencia siempre que me pusiera a procrastinar. Jake no entiende que en eso consiste mi estilo de vida.
—¡Oliver! —Freno en seco y giro la cabeza en cada dirección, pero no logro encontrarlo y desisto enseguida. No hay manera de que haya venido hasta aquí—. Inténtalo otra vez, no estoy detrás de ti.
Intercambio una mirada con Cristel en busca de respuestas. Esta me señala el móvil de Alai y mis ojos viajan hacia allí de inmediato, donde lo descubro sonriéndome.
—¿Qué estás haciendo allí?
—Escribí varias veces al grupo y Alai fue la única que me contestó. —Después de quejarse, regresa la vista hacia la aludida—. Gracias por no dejarme morir ignorado y responderme la videollamada.
—Solo no hagas que me arrepienta de haberte contestado.
—Perdón, se me acabó la batería a mediodía —me excuso. Suerte que recordé avisarle a mi padre que hoy iría a otro sitio al finalizar las clases.
Al igual que yo, Cristel procede a disculparse.
—Yo olvidé mi teléfono en casa, lo lamento.
Alai me ofrece su teléfono, el cual acepto enseguida. Jake me saluda agitando la mano y recarga su espalda en la silla de su escritorio.
—Llegué a casa hace media hora y no tenía a nadie con quien hablar. Intenté sacarle conversación a mi chofer, pero volvió a ignorarme. Creo que no le caigo muy bien. Quizá deba empezar a tomar el autobús.
—¿Usarías el transporte público? Cosas raras están sucediendo aquí.
—La última vez que te subiste a uno con nosotras juraste que jamás lo harías de nuevo —le recuerda Cristel, a lo que su amiga se ríe.
—Viajamos aplastados como sardinas en pleno verano y el hombre parado junto a mí no llevaba desodorante. Su axila estaba pegada a mi cara, ¡bien pude desmayarme! Y las cosas no acabaron allí. Lo peor vino cuando se despejó un sitio al fondo y fui a sentarme sin saber que me encontraría con un condón usado. Yo entiendo que a veces no puedan esperar a llegar a un hotel, pero que al menos tengan la decencia de tirarlo a la basura.
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Escúchame cantar
ChickLitCristel está cansada de vivir con miedo. Miedo de salir de casa y no volver. Miedo de perder a una de sus amigas. Miedo de adentrarse en una historia de amor y que esta se convierta en una de terror. De hecho, esto ya sucedió la última vez. Sin emba...