35| El deseo de ser inmortal

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Cuando me aplico la última capa de maquillaje, no tardo en cuestionarme la verdadera razón por la cual lo hago. Esta se basa en esconder las marcas de acné que quedaron en mi rostro, por lo que estoy usándolo como una máscara.

En todos concursos de televisión en los que he participado, solían maquillarnos antes de subir al escenario. Eso me hacía sentir más segura. Sabía que el público no criticaría mi aspecto si me encargaba de ocultarlo. Pero no soy yo la que debe cambiar. Esa tarea les corresponde a quienes critican cuerpos ajenos, dado que no encuentran mejor manera de fortalecer su endeble autoestima que tirando abajo la de los demás.

Aún no me hallo preparada para pararme frente a una audiencia sin ninguna especie de filtro, lo cual no debería significar un acto de valentía. Un rostro con acné, poros o espinillas debería considerarse algo completamente normal, así que hoy me propongo dar un pequeño paso en el concurso de canto.

Después de todo, mis amigos y Oliver estarán ahí en caso de que vuelva a toparme con la última persona que quiero ver. Quizá también vaya Madison, pero intento no anticiparme. Bajo las escaleras con una sonrisa para despedirme de mis padres, pues Alai pasará por mí en quince minutos. Papá toma desayuno en la cocina, mientras que mamá lava su taza en el fregadero. Su mirada se cruza con la mía nada más entrar.

—¿Lista para el concurso? Lamentamos perdernos tu presentación. Sabes que iríamos en otra oportunidad, pero hoy me toca atender la tienda y necesitan a tu padre en el trabajo.

—Aun así, voy a querer una foto tuya con el trofeo después —me avisa él con total tranquilidad.

—¿Qué trofeo?

—El que te entregarán cuando ganes la competencia, porque vas a hacerlo —responde mi padre, como si fuese obvio—. Que no te importe lo que piensen los demás, aunque quizá también haya algo rescatable en las críticas constructivas.

—No creo que podamos aprender nada de los insultos de la gente hacia nosotros o de comentarios en los que atacan nuestro cuerpo o nuestra personalidad —discrepo, teniendo en mente mi última discusión con Dan—. En todo caso, aprendemos de nosotros mismos porque nos sobreponemos a todo eso, nos limpiamos el polvo y superamos los obstáculos. Nos necesitamos, no podemos perdernos.

—Ojalá nunca te veas inmersa en una situación parecida —desea mamá. Entreveo sus buenas intenciones, por lo cual no me animo a contarle que ya me tocó pasar por ello. Prefiero que siga creyendo que todo marcha bien.

—Lo sobrellevaría con éxito, no se preocupen por mí.

Papá bebe un sorbo de café y deposita su taza en la mesa.

—No puedes pedirnos eso, Cris. Siempre lo haremos, tanto yo como tu madre. Quizá nos equivoquemos un par de veces, pero ten por seguro que tratamos de protegerte en todo momento y queremos lo mejor para ti.

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