2| Un nuevo lienzo por pintar

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Las clases terminan con el sonido de la campana, por lo que empaco mis pertenencias y abandono el salón

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Las clases terminan con el sonido de la campana, por lo que empaco mis pertenencias y abandono el salón. La zona afectada por el golpe que Cristel me propinó accidentalmente con el balón aún me causa dolor, pero ya le explicaré a mi padre lo sucedido cuando llegue a casa para que no lo malinterprete. Entiendo que desconfíe de mí después de todo. No se merecía que le guardase tantos secretos. Ya me siento lo suficientemente culpable por eso y no he dejado de reprochármelo.

Sin embargo, como si supiese lo mucho que lo necesito, mi teléfono suena ante la llegada de un mensaje. Casi al instante, descubro que se trata de él. Leer su nombre me saca una sonrisa.

Aunque hace bastante que se fue de la ciudad, siempre nos mantenemos en contacto y estamos muy pendientes el uno del otro. Solo vivió aquí hasta los cinco años, cuando su madre falleció producto de un derrame cerebral, por lo que nos criamos juntos. A papá de por sí le dolió muchísimo perder a su hermana y a esto se sumó el hecho de tener que dejar que Jake de marchara a la capital con su padre, de quien tía Solange ya se había divorciado cuando mi primo apenas contaba con unos meses de vida.

Ambos se fueron tan lejos que les perdimos el rastro durante un largo tiempo. Por fortuna, luego hallamos la forma de contactar con él y desde entonces, no nos hemos distanciado de nuevo. Me dispongo a contestarle el mensaje ni bien salgo de la escuela, pero una voz a mis espaldas alguien me llama y me veo obligado a voltear.

Cristel se acerca a mí con la casaca que le presté aún atada a su cintura y la mochila colgada del hombro. No viene sola, pues la acompaña aquella chica con quien la vi conversando en clase y una niña pequeña.

—Olvidé devolverte el dinero que me prestaste esta mañana. —Deposita unas cuantas monedas en la palma de mi mano, las cuales guardo en mi bolsillo—. ¿Seguro que no necesitas tu casaca?

—Descuida, no tienes que regresármela ahora. Estamos en verano, no siento frío.

Antes de que Cristel insista, la niña situada a su costado tira de su blusa para llamar su atención. En ese instante, clavo la vista en ella y reparo en el parecido físico que comparten. Ambas poseen el cabello castaño oscuro y lacio, los ojos marrones y las cejas finas. La única diferencia entre las dos es que la más pequeña tiene un lunar al costado izquierdo de la nariz.

—¿Por qué te atas esto a la cintura? ¿Acaso te mojaste los pantalones? Debiste pedirle a tu maestra que te llevara al baño.

—Claro que no, Darly.

Me esfuerzo por no sonreír cuando las mejillas se le encienden. Se ve tan linda.

—¿Entonces qué pasa?

—Lo entenderás cuando crezcas. Probablemente cuando entres a la adolescencia.

—Pero yo quiero saberlo ahora.

—Alai, solicito refuerzos.

Cristel le lanza una mirada a su amiga y esta reacciona de inmediato, como si tuviese cientos de cartas bajo la manga que pudiesen aplicarse en estos tipos de situaciones. Seguro se conocen desde hace mucho, porque se compenetran bastante bien.

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