Transcurrida una semana, nuestro grupo debe presentar el experimento de ciencias. El profesor pidió que nos vistiéramos con ropa formal, así que decidí pedirle ayuda a Jake. Papá se fue a trabajar más temprano que de costumbre, ya que hoy debía asistir a una reunión importante con la editorial, por lo que tuve que ingeniármelas para anudarme la corbata solo. Mi primo se limitó a darme instrucciones por videollamada y a criticar el hecho de que la mitad de mis camisas se hallen sin planchar.
Y por si fuera poco, no me dejó salir de casa sin antes asegurarse de que llevaba perfume. Por esa razón llego a la escuela oliendo a frutas, aunque eso no es lo primero que nota Cristel cuando nos encontramos en medio del pasillo.
—Veo que esta vez te peinaste.
Mierda. Pensé que nadie notaba que no lo hacía.
—Incluso te echaste perfume, ¿a qué se debe todo esto?
—Fue idea de Jake.
—Hueles a mango. —Se le escapa una risa y no sé por qué, pero ese simple sonido me resulta hipnótico. Podría convertirse en mi favorito—. Solo déjame acomodarte el flequillo.
Permito que peine mi cabello con las manos y dejo que lo eche hacia atrás. Sin embargo, mi mirada se desvía hasta su cuello y recae en el dije en forma de caja de leche con ojos saltones que creí verle puesto la vez pasada. Me quedo observándolo un rato, pero mis sentidos se reactivan cuando Cristel se aleja de mí.
—¿Siempre traes eso puesto?
Ella asiente al percatarse de que señalo su collar.
—No esperaba que te dieses cuenta. Eres lo suficientemente despistado como para no reparar en que un balón venía directo hacia tu cara.
—Lo siento, fue mi culpa.
—No, fue mía. Culpa tuya es que ahora lleves los pantalones al revés.
Se me baja la presión al instante. No hay forma de que haya atravesado el patio. En momentos como este, deseo que la tierra me trague y que me haga el favor de no escupirme nunca. Creo estar entrando en pánico hasta que verifico que los bolsillos no yacen en la parte delantera y mi expresión de espanto desaparece.
—Esos sustos no dan gusto.
—Tienes razón. Ya sufriste demasiado con el de la semana pasada.
—He asistido a muy pocas reuniones grupales, ¿todas terminan en accidentes?
—Normalmente no —me asegura, aunque con su hermana cerca, presiento que mi integridad física corre peligro—. Pero no existe nada que una pizza de pepperoni no pueda reparar.
—Si no viene con piña es lo mismo que nada.
—Si te comprometes a no enseñarle más groserías a Darlene, quizá pidamos una pizza así la próxima vez.
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Escúchame cantar
Chick-LitCristel está cansada de vivir con miedo. Miedo de salir de casa y no volver. Miedo de perder a una de sus amigas. Miedo de adentrarse en una historia de amor y que esta se convierta en una de terror. De hecho, esto ya sucedió la última vez. Sin emba...