45| Cada vez que llueva

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Jamás había visto a Alai tan destrozada

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Jamás había visto a Alai tan destrozada. Su abuela sufrió un derrame cerebral y por ende, tuvieron que llevarla de emergencia. No sé de dónde saca fuerzas para contarme lo sucedido.

Apenas habla durante el recorrido en auto cuando su padre pasa a recogernos de la escuela para llevarnos a casa. Intento ser fuerte por ella y convertirme en el pilar que necesita, pero no puedo evitar derrumbarme también. Sé que la abuela de Alai se encuentra en una edad bastante avanzada y que el ciclo de su vida, desde hace mucho, yacía a punto de cerrarse. Pero el tiempo nunca es suficiente cuando se trata de alguien a quien que amamos. Por eso a Alai y a mí nos duele tanto recibir la noticia, una hora más tarde, de que finalmente ha partido.

No soy capaz de separarme de ella tan pronto, así que le aviso a mamá que me quedaré a dormir con ella esta noche. Nuestra cena se basa en un plato de galletas con chispas de chocolate y un vaso de leche para cada una, alimentos que bastan para callar a nuestros estómagos. Cerca de las once, me acuesto con Alai mientras la escucho llorar en silencio. No es la única que lo hace. Las lágrimas también caen por mis mejillas y no hago el más mínimo esfuerzo por retenerlas.

Ambas crecimos juntas. Encajamos una en la familia de la otra. Conozco a su abuela desde que tengo uso de razón y un sinfín de recuerdos me estrujan el corazón. Sé que nada de lo que diga la hará sentir mejor, por tanto, me ahorro prometerle que todo estará bien y que pronto despertará de esta pesadilla.

Le espera un largo proceso de duelo, que posiblemente se cronifique. Me quedaré a su lado hasta que aprenda a vivir sin alguien tan importante como su abuela, aun si eso tiene lugar dentro de cinco o veinte años. No la dejaré sola en un momento como este y estoy segura de que Katherine y Lily tampoco.

Ambas me prometen que vendrán para el velatorio y no paran de enviarme mensajes preguntándome por Alai. Mi amiga apenas ha tenido fuerzas para mirar su móvil, así que procuro mantenerlas al tanto para que no se angustien. Imagino que Jake sabrá lo sucedido, por lo cual no le escribo hasta la mañana siguiente, cuando empieza a resultarme extraño su silencio. Alai le escribe un par de veces, pero no obtiene respuesta y su ausencia se extiende durante las próximas horas. Cuando le consulto a Oliver al respecto, él tampoco me brinda mucha información y se limita a pedirme que esperemos a la tarde. Descarto la posibilidad de que algo malo le haya ocurrido, puesto que, de lo contrario, ya nos habríamos enterado.

La mañana transcurre entre lágrimas y la llegada de un féretro al cual ninguna de las dos se atreve a asomarse todavía. Ni siquiera tengo ánimos para ensayar la canción con que me presentaré al concurso. Oliver no se equivocó al señalarme el sobreesfuerzo que estuve haciendo estos días, pero supongo que estará más que compensado luego de haber pasado el día sin hacer nada. Siento como si mi batería se hubiese acabado, igual que la de mi mejor amiga y la de las demás personas a nuestro alrededor. Todo parece seguir su curso en piloto automático.

Los padres de Alai se mantienen ocupados con los preparativos del velorio, en cuya organización ayuda mi madre. Algunos vecinos se acercan a darles el pésame, aunque mi amiga apenas abandona su habitación. Papá llega del trabajo temprano y se pasa por ahí para obsequiarles un arreglo floral, mismo que se une a todos los que ya bordean el ataúd.

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