"Encuéntrame en el Hotel G. Washington el próximo miércoles, a las 6. Ve sola" Es el mensaje que recibo el lunes 2 de Diciembre a las ocho de la noche, con un destinatario bastante conocido para mi. Para entonces, mi madre ni siquiera ha podido salir de rehabilitación y se cumplen diez días de la última vez que vi a papá. Diez días. Y aún tengo ese sabor amargo en la boca que me cierra la garganta y me impide comer o tomar algo.
Recuerdo el último día como si hubiera sido ayer: él, sentado en mi sofá, contándome sobre la operación de Beth y yo, en el sillón de frente, totalmente enfrascada en mi egoísmo antes de tratar de comprenderlo. Un egoísmo que me llevo a lo peor.
¿Cómo pude ser tan mala? ¿Como si quiera pude mirarlo con tanto disgusto cuando todo lo que su mirada expiraba era amor?
El color de sus ojos en aquel día frío comienza a borrarse de mi memoria. Pues, tiene un significado especial, ya que una vez el me dijo que sus ojos cambiaban con sus sentimientos.
—Papi, tus ojos están tan oscuros hoy, mas negros que lo normal—le dije, con la propia inocencia de una niña de seis años.
Hasta entonces parecia bastante ensimismado en sus pensamientos, hasta que aquellas palabras salieron de mi boca. Ahora esbozaba una pequeña sonrisa que no le llegaba a los ojos.
—¿Alguna vez te conté la historia del color de mis ojos, Sky?—pregunto, y mamá también sonrió desde la cocina. Negué con la cabeza, el me sentó sobre su regazo y dio un largo suspiro antes de continuar:— Siempre he tenido una caracteristica y es referida a estos ojos—señaló las gemas que adornaban su cara—. Cuando estoy feliz, este marrón se aclara, como cuando compramos el auto nuevo—Un Ford bastante despatarrado, recordé y también a su recalcable felicidad aquel día—. Bueno, y cuando estoy triste, este marrón se oscurece.
Mi mente estaba subdesarrollada por entonces, pero llegué a comprender que lo que quería decir era que se sentía triste, bastante, por la oscuridad que conotaban sus ojos.
—¿Por que estás triste, papi?—me atreví a preguntar.
—Porque un amigo muy cercano murió hoy, linda.
—¿Crees que serás capaz de dejar de estar triste?
El sonrió.
—Eso espero.
Y así fui capaz de leerle los pensamientos por el resto de su vida, con tan solo ver esos ojos.
Observo la pantalla del celular otra vez y siento como si mis ojos quemaran en sus cuencas; la resequedad por tanto llorar no es buena combinada con la luz de la pantalla.
"Que sea mañana mejor" contesto y tiro el celular sobre la cama.
—¿Puedo pasar?—Louis aparece en el umbral de la puerta. Por primera vez en semanas no esta vestido con su traje del trabajo; solo lleva un sueter azul y unos pantalones. La tela de sus medias asoman por el dobladillo del largo pantalón. Asiento levemente—. Hice paella española, tu preferida.
Aparece a mi lado, hundiendo la cama por su peso. Escondo el celular bajo la palma de mi mano por si se le ocurre ver la pantalla. Su mano viaja a través de mi rostro, acariciando cada pulgada con sus dedos.
—No tengo hambre—respondo, con la vista fija en ningún punto especifico.
—Vamos linda—da un suspiro de cansancio—, apenas has tomado un vaso de agua en los últimos dos días, es muy malo para tu salud.
No doy respuesta alguna.
Solo puedo pensar en la última vez que vi su rostro: ojos totalmente negros, aquella piel setacea y apergaminada por la edad. Apuesto a que ya tenía pensado para entonces lo de suicidarse para la donación del corazón.