(1/2) MARATÓN.
Mis manos se aferran al volante cuando un cartel anuncia que nos encontramos en Daleston, signo de cuan nerviosa me encuentro. Las palmas de las manos sudan a más no poder y tengo los huesos de los dedos contracturados de tanto apretar.
Harry observa cada residencia por la ventanilla del copiloto, preparado por si se topa con los números de aquella casa. Sin embargo, ya ha oscurecido, por lo que ver algo resulta una tarea complicada.
Suspire, intentando calmarme.
—Estamos cerca—dice, sin despegar la vista de aquellas viejas y simples casuchas—. Solo unos cuantos metros más.
Sé que el hecho de encontrar esta dirección no significa que encontraremos a Dean allí, tirado sobre un sofá, cargando una pistola con balas de platino, pero si es una pista que probablemente nos conducirá a él más adelante.
Al final he decidido—provocando un desacuerdo por parte de Harry—, que primero me dedicaré a buscar a mi hermano y, en el caso de encontrarlo, les contaré a Beth y Robbie. Pero si no lo encuentro, haré como si la fiesta del mes pasado no hubiera ocurrido jamás y aquel traumático episodio será enterrado en lo más profundo de mi memoria.
No tango option.
—Ahí—Harry interrumpe mis pensamientos cuando señala una pequeña casa blanca—. Estaciona donde puedas.
Aparco el coche a unos metros por delante del lugar y antes de bajar, guardo llaves, billetera, celular y cualquier objeto de valor dentro de mis bolsillos. Harry me imita.
Las calles están iluminadas por la débil luz de los faroles que cuelgan torcidos sobre las aceras, como si estuvieran a punto de caer sobre la calle. La mayoría de las casas están en un silencio absoluto, con una o ninguna luz encendida, a excepción de la casa contigua a la que estamos buscando.
Que suerte que no es esa a la que tenemos que tocar.
Nos acercamos al diminuto porche de la casucha y con ello, un inmenso temor inunda mis sentidos, no solo a causa de los nervios que cargo de por sí, sino por la persona que podría atendernos ahora, dado el desagradable vecindario en el que nos encontramos.
Ante mi paso incidido, Harry suspira y se adelanta a tocar el timbre, que resuena cuatro veces antes de devolver el silencio a la casa. El único sonido presente en todo el lugar pertenece a la fiesta que se lleva a cabo al lado, con un par de alcohólicos que agitan botellas de cerveza al aire, intentando fallidamente seguir el ritmo de la canción.
Pasan dos, tres, cuatro minutos y dos timbrazos más hasta que nos convencemos de que la casa esta vacía y nos giramos para regresar a mi coche. Pero justo cuando piso el primer escalón de aquel porche, el sonido de una llave girándose sobre la cerradura de una puerta llega a mis oídos y me vuelvo inmediatamente, tomando a un Harry abatido por el brazo para que se detenga.
Ante nosotros se para una anciana de metro cincuenta, envuelta por una bata que toca el piso y un cabello del color de la ceniza. Se ajusta los lentes sobre el tabique de la nariz cuando la saludamos.
—No tengo dinero para ustedes, pueden largarse—toma la puerta para cerrarla pero Harry coloca su enorme pie entre esta y el marco para imposibilitar su acción.
—No queremos dinero—niega con la cabeza al mismo tiempo y veo desde mi punto como le suplica con la mirada que nos escuche.
Sé que Harry está cansado de merodear por todas partes gracias a mí.