Sus labios se unen con los míos en un cálido y tierno beso que lleva repitiéndose toda la tarde. Sin embargo, ni Harry ni yo parecemos poder resistirnos a los encantos del otro.
La mano que hasta entonces permanecía intacta sobre mi hombro desciende por mi costado hasta frenarse en mi cintura. Sus labios hacen un recorrido, hasta pegarse sobre mi cuello. Cada beso que deja sobre este es el paraíso para mí; no sé qué tienen los besos en el cuello, pero definitivamente son irresistibles.
—Dejen el besuqueo y ayúdenme a limpiar la casa—la voz de mi madre me recuerda que nos encontramos en el sofá de la sala, y no en mi habitación.
Una risita escapa por mis labios entremedios de un beso.
—Elizabeth está dejando de ser de mi agrado—dice Harry, también con una linda sonrisa en su rostro que marca los hoyuelos de sus mejillas.
—Shh, te escuchará—musito a su oído.
—Y estoy escuchándote—la misma grita desde la habitación contigua.
—Está bien, vamos a preparar la casa para tu cumpleaños—el rizado se separa para levantarse. Estira su espalda, al tiempo en que un bostezo escapa por su boca—. Ah y feliz cumpleaños, Evelyn.
— ¡Styles!—lo reprendo. Sabía que nunca debería haberle dicho mi segundo nombre, el cual aborrezco con toda mi alma.
—Deberías estar diciendo gracias y no quejándote.
Me muerdo el labio inferior mientras niego graciosamente con la cabeza.
El desaparece por la misma puerta que salió Beth. Observo a mí al rededor: no puedo creer que esté a punto de montar una fiesta en esta casa. De aquí a cuarenta y cinco minutos la gente comenzará a llegar y sé que todo podría convertirse en un caos, pues yo conozco las típicas fiestas ruin en las casas de vecindario: suelen terminar patas arriba y con las paredes del frente cubiertas de papel higiénico.
Que suerte que lo mío solo sea una reunión con mis compañeros de Matemática e Historia, es decir, no más de veinticinco personas en mi casa.
Acomodo los cojines del sofá que yo misma desordené mientras me besaba con Harry, solo para tener un poco más de espacio. Después, me dirijo a la cocina, donde encuentro todo tipo de mini pizzas sobre la mesada: de queso, jamón, peperoni y hasta champiñones. Todo a causa de Beth, la cocinera empedernida.
Al comienzo, cuando mis padres aceptaron lo de llevar una fiesta en la casa, tuve la sensación de que ellos estarían presentes en aquel momento, como lo son los payasos en una fiesta infantil. Gracias a Dios que tuvieron la maravillosa idea de visitar a mis tíos en Maryland por unos días, por lo que no tendré que preocuparme porque Beth este charlando con los invitados o peor: encuentre a Robbie con unos auriculares detrás de un mueble.
Eso sería vergonzoso.
Cuando dan las ocho de la noche, los nervios se hacen presentes en mi pecho como siempre lo han hecho en todas las situaciones estresantes que he vivido. Además, comienzo a sudar y no paro de morderme las uñas.
Lo cierto es que nunca hice algo como esto y la sola idea me pone nerviosa.
—Creo que la decoración esta lista, pero recuerda: mañana, después de todo el desorden, quiero regresar a mi casa y que todo esté en condiciones, Sky—mamá ya tiene el bolso de viaje bajo el hombro cuando me dice estas palabras.
Robbie hace sonar las llaves del auto que tiene en mano.
—Supongo que se están yendo ya—suspiro—. Tengan una linda noche.