La calibre 9mm que sostiene está apuntando a quien sea que se atreva a reproducir una palabra; las manos firmes sobre el arma, un dedo rozando el disparador y la mirada apagada bajo el pasamontañas que lo separa del reconocimiento público. Sin embargo, no importo que él se vistiese tan tapado como pudiese o que aparentara ser un delincuente experimentado: yo lo había reconocido y eso era todo; no guantes, ni pasamontañas ni ropa oscura, solo ese tatuaje tan característico que lleva desde los dieciséis años, repito, con el dinero de la bicicleta para Beth.
Al comienzo, mis ojos no dan crédito a lo que están observando, es como si estuviera en una especie de sueño en el que no despertar. Pero cuando determino que se trata de una oportunidad única que posiblemente jamás se repita, las palabras fluyen de mi boca sin mi consentimiento.
-Dean.
Harry,-quien está justo a mi lado- se vuelve enérgicamente hacia mí. Percibo por el rabillo la mirada inquisidora que me dirige. Sin embargo, no muevo ni un musculo de mi cuerpo, más bien no creo poder, pues mis ojos no se separan de mi hermano, quien está a punto de localizarme entre la gente.
Cuando sus ojos se encuentran con los míos, todo lo que veo es confusión. Las pupilas se le dilatan y la pistola comienza a temblar en sus manos. Todo a mí al rededor deja de importar, solo somos él y yo.
Justo cuando creo que soltara el arma y correrá hacia mí en un abrazo o algo así, agita la cabeza y grita:
-¡Vámonos, la policía está cerca!- escuchar su voz es como un pinchazo en el estómago. En cuanto el pronuncia esas palabras, los demás delincuentes lo observan confundidos y uno de ellos hasta levanta los brazos al cielo en un ademán de frustración-. No me miren con esa cara, debemos irnos ya o acabaremos en la puta cárcel.
-¡Ni siquiera logramos abrir la caja registradora!-se queja este último, desde la barra de bebidas-. No podemos rajarnos sin nada.
-¡Cierra la boca, Ean!
Ean, Ean, Ean, ¿Porque me resulta tan conocido? Claro, porque Ean Swhultz era el chico que me enseño a jugar al billar, el que me invito a una fiesta clandestina y el mismo que compró un par de guantes negros en el shopping justo ayer. Mi conciencia me regaña por no darme cuenta antes.
Ean patea un banco de la barra y se acerca rápidamente hacia los demás, que ya están abriendo la puerta para esfumarse. Justo cuando Dean está saliendo, vuelve la cabeza hacia el interior del lugar y me observa por una milésima de segundo. Después, desaparece.
Se genera un revuelo general en el pub, algunas chicas comienzan a llorar por el trauma mientras que Chase marca el número de la policía en su teléfono. El barman de la barra que fue amenazado está siendo consolado por algunos tíos. Louis, Lena, Zeeke y Harry están acercándose todos al mismo tiempo hacia mí, pues no puedo imaginar la cara que debo de tener inconscientemente en estos momentos.
-Sky-siento la mano de mi amiga sobre mi hombro, solo que esta vez no es para sostenerse en consecuencia del alcohol, ella está tratando de ser comprensiva, algo que me aturde-. Sky, necesito que me mires.
-Todo va a estar bien-Louis me toma por las manos, su contacto es sumamente frío. El solo es otra mirada de lastima.
-Sky, está bien que llores-este es Zeeke y su comentario solo hace que me dé cuenta que hasta el momento, no derramé ni una gota. Hasta se podría decir que tengo los ojos secos.
El recuerdo de Beth contándome el cuento sobre la niña que se quedó sin lágrimas llega a mi cabeza. La historia trataba sobre una niña que lloraba tanto todo el tiempo que, un día cuando su padre había muerto, la niña se había quedado sin lágrimas, básicamente no podía llorar.