Londres, Inglaterra.
2 años después.
—Los daikiris fueron lejos lo mejor de este lugar—hace ademán con sus manos, señalando las copas vacias que reposan sobre la mesa. Estira un brazo para coger el vaso de Joshua y bebe el contenido que quedó en el fondo.
—Chad, mas vale que controles a tu novio porque cuando no la estemos observando se comerá un vaso también—digo y todos ríen.
—Moza, traiga una ronda mas de estos deliciosos Daikiris—dice Zeeke; su voz denotada por un halo de borrachera. Se vuelve hacia todos los presentes y agrega—: ya que concretamos está hermosa cena en parejas—arquea las cejas en mi dirección, causando la risa de todos, incluida la mia—, quiero que brindemos por esta maravillosa noche, ¿se han dado cuenta que está estrellada?
Nuestras cabezas se inclinan hacia arriba, contemplando la verdad de las palabras de mi amigo: es una hermosa noche con una luna gigantesca y un mar de estrellas.
La camarera deja las bebidas sobre la mesa y nos apuramos a tomarlas en mano.
—Por...—Peter Green hace amague de levantar su copa, pero se detiene al pensar en una dedicación. Pega una ojeada en general al grupo y se detiene en mi, esbozando una sonrisa—¡Por nuestra única invitada hetero, Sky Jones!
Brindamos, en la mitad de las carcajadas.
En la mesa somos Zeeke, Peter, Joshua y su novio Chad. Por supuesto que la vibra fluye entre los primeros dos también. Soy la única persona heterosexual, pero el objetivo principal de la noche era el de reunirme con viejos amigos.
Peter dirige una mirada rápida a su reloj de mano y casi escupe la bebida que tiene en la boca.
—Chicos, son las once pasadas, ¡estamos muy tarde!—terminamos de beber los Daikiris en cámara rápida y todos colaboramos con veinte dolares para costear la costosa cena.
—He estado esperando esta noche desde Abril, ¡hasta saque los tickets por anticipado!—Chad dice, lleno de emoción mientras caminamos hacia el edificio.
Gracias a Dios, solo estamos a manzana y media de la imponente estructura.
—¿Entradas?—nos pide un señor en traje con una extraña sonrisa en la cara. Mis instintos me dicen que tiene botox o algo por el estilo, porque sus comisuras parecen ancladas en un solo punto.
Zeeke saca las entradas del bolsillo interno de su saco (ultimamente ha adoptado la moda formal) y rápidamente nos internamos en el lugar, que, por cierto, huele a reliquias antiguas.
Delante de nosotros nos esperan al menos unas cien escaleras antes de llegar al ascensor mas cercano que nos elevará al piso de la función.
—Creo que este ejercicio me salva de tener que hacer abdominales antes de ir a dormir—carcajea Peter—. Oh, Zeeke, recuerdame que el chocolate que compramos en Abbe está escondido detrás de la litera, esta noche quiero un poco.
El otro frunce el ceño.
—¿Por que nuestros chocolates están escondidos?
—Tu no me hubieras guardado ni un cuadradito—se defiende rapidamente Peter y ambos comienzan una discusión sobre el chocolate que compraron.
Yo, sin embargo, me ocupo de terminar de subir las escaleras; quiero llegar pronto y deleitarme un rato.
Cuando el ascensor se abre en el piso correcto, lo primero que observo es... nada. Las personas son tantas que están paradas frente al ascensor, tapando toda la vista hacia el interior.