Capitulo 2

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Después del incidente, Giancarlo se dirigió apresuradamente a su oficina y comenzó a llenar los formularios pendientes de la guardia anterior. Sin embargo, su mente no podía apartarse de la escena que acababa de vivir. Levantó la mirada, la turbación reflejada en sus ojos, y el recuerdo del accidente lo asaltó de nuevo. Podía ver claramente a Ana saliendo del vehículo, y sintió cómo la frustración lo invadía al recordar su actitud arrogante y fría. "Esa mujer lo tiene todo, pero le falta humanidad", pensó con amargura.

Luego, su mirada se posó sobre la fotografía en el portarretrato de su escritorio, donde aparecía junto a Natalia, su cálida y dulce novia. Una sonrisa suave suavizó sus rasgos, como un bálsamo reconfortante ante la tensión que minutos antes lo había abrumado.

Giancarlo, un hombre de veinticinco años, era alto y delgado, con su cabello rubio oscuro cayendo en suaves ondas. Sus labios no eran muy gruesos, pero su boca tenía un tamaño perfecto, enmarcada por unas pobladas cejas. Sus ojos verdes, de tamaño medio, reflejaban una mirada intensa y, a la vez, cálida. Su nariz respingada le daba un aire de distinción. Era, sin duda, un hombre increíblemente atractivo.


Giancarlo era el hijo de Joseph Ferrér, un ingeniero civil parisino, y de Constanza Marie Scott, una enfermera de origen italiano. Fluidez en francés, italiano, inglés y español lo convertían en todo un políglota. Su familia había emigrado hace más de cuarenta años, pero jamás perdieron el vínculo con sus raíces.

La novia de Giancarlo, Natalia, era una mujer delicada y esbelta, de tez olivácea, cabello oscuro y largo, cejas finas, labios carnosos y rasgos delicados. Sus ojos pequeños y su nariz de tamaño medio le otorgaban una belleza exótica y cautivadora.

Natalia trabajaba como recepcionista en una agencia de viajes. Llevaban una década siendo novios, convirtiéndose en una de las parejas más longevas que sus amigos y familiares conocían, sin haber contraído matrimonio.

Sin planes de boda, como una pareja moderna, Giancarlo y Natalia se enfocaban en terminar sus estudios universitarios, establecerse profesionalmente y disfrutar de la vida. Quizás, en un futuro, considerarían el matrimonio, pero sin apuros, sin presiones financieras.

Giancarlo vivía con su madre en una humilde casa de alquiler, en un modesto barrio de clase media. A pesar de la sencillez del hogar, era un refugio acogedor, con solo dos habitaciones y un baño, pero lleno de calidez maternal.

Su padre los había abandonado años atrás, cuando Giancarlo apenas era un niño de diez años. Desde entonces, su madre había tenido que lidiar con problemas de salud, sufriendo de hipertensión y diabetes. Necesitaba cuidados constantes, y eso impulsó a Giancarlo a estudiar medicina, con el noble objetivo de brindarle a su amada madre una mejor calidad de vida.

Desde muy joven, Giancarlo había tenido que asumir múltiples responsabilidades, madurando forzosamente y dejando atrás su infancia. Su semblante serio y sus pensamientos profundos para su edad eran el reflejo de una vida que lo había envejecido prematuramente.

Mientras tanto, Ana esperaba impaciente la llegada de Leonardo, contemplando con aburrimiento el cuadro sin gracia colgado en la pared. Cuando vio unos papeles, comenzó a hojearlos, pero en un descuido, se le cayeron al suelo. Rápidamente, se agachó a recogerlos, justo en el momento en que llegó Leonardo, absorto en una conversación con algunos empleados del hospital, sin percatarse de la presencia de Ana.

---Bueno, gente, nos vemos esta tarde. Entreguen sus propuestas y luego las discutiremos. Tenemos mucho trabajo por hacer para recuperar este hospital---dijo el doctor Almazan, elevando la voz con determinación y mirando a todos con una expresión de urgencia.

Dejarlo Todo Por Tu AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora