Capítulo 40- Crescendo

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Narrador omnisciente:

-Me parece que estamos perdiendo el tiempo en inútiles disquisiciones. Una vez que hemos puesto el asunto en sus manos, a usted y a su equipo toca mandar y obrar, sin que nosotros entorpezcamos sus tareas.-

-Celebro mucho oírles hablar así y para que quede todo ultimado me parece que sería conveniente fijar ahora mismo la recompensa que piensen dar a la policía. Si les parece bien pueden firmar aquí en este papel en donde he escrito el borrador. He puesto cincuenta libras esterlinas. ¿Les parece mucho?-

-Nada de eso. Daría con gusto quinientas con tal de...- dijo el mas joven de los hombres al tiempo en que tomaba el papel y el lápiz que le tendía L.
Luego, después de leerlo rápidamente, exclamó:

-Pero esto no resulta muy exacto ni correcto que digamos.-

-Tal vez... Como lo he escrito deprisa...-

-¡Y tanto! Aquí empieza diciendo "Habiéndose cometido el martes, a las doce menos cuarto de la noche aproximadamente..." No fue aproximadamente, sino a las doce menos cuarto en punto.-

El ataque de hacía un momento, y esta ultima torpeza, indicaban que el detective se resentía de su enfermedad y no había recobrado aun su claridad de criterio y su presteza de observación.

Hubo un embarazoso silencio mientras Aoyama hijo corregía el borrador, el inspector fruncía las cejas, el coronel miraba consternado y el viejo Aoyama soltaba una carcajada.

-Tenga- dijo al final Keita Aoyama -; ya puede mandarlo a la imprenta.-

L se guardó con cuidado el documento en uno de los bolsillos.

-¿No tienen barras en las ventanas?-

-No, no las creímos necesarias.-

-¿Y perro?-

-Perro sí, pero esta siempre encadenado en el jardín.-

-¿A qué hora se despidieron para acostarse los criados?-

-A eso de las diez-

-¿Y William?-

-También.-

-Entonces no se explica que estuviera de pie a... Vamos arriba.-

Subieron la escalera y llegaron a un descansillo, y seguido de ello a un ancho corredor, al cual daban las puertas del salón y de algunas otras habitaciones, entre ellas las alcobas de los Aoyamas.

-¿Cuales son sus cuartos?-

-Esos dos. Este primero es el mío y aquel el de mi padre. Pero me parece, señor Coil- continuó el joven con tono impaciente -que estamos perdiendo un tiempo preciso. ¿Como demonios iba a entrar nadie aquí sin que nos diésemos cuenta?-

-Realmente- dijo el mayor de los Aoyama sonriendo con ironía -El señor Coil me parece que va un poco desencaminado.-

-¿En que quedamos, señores? ¿No han dicho antes que me dejarían obrar a mi gusto?-

De pronto, el inspector lanzó un grito de estupor.
-¡Calla! ¿En dónde esta la chica?-

El joven Aoyama frunció el entrecejo.
-Me parece que la pobre se habrá perdido. Venga conmigo, padre, y vamos a ver en donde se ha metido. ¿Tendrían la bondad de esperarnos un momento?-

Y sin esperar contestación, padre e hijo salieron precipitadamente, dejando al resto de los presentes en total confusión.

-¡Maldición!- gruñó L de pronto, y no tuvo tiempo de acabar cuando un atronador grito de socorro chocó por las cuatro paredes.

Loco de angustia, el detective se precipitó fuera de la habitación. Los gritos (ahora aullidos suaves e inarticulados) procedían del cuarto de Keita. La puerta estaba abierta, y al entrar en el tocador, vieron a ambos hombres echados sobre _____. El hijo apretándole la garganta mientras que el padre trataba en vano de abrirle el puño.

Entre el inspector, el coronel y L liberaron pronto a la chica, y esta se levantó pálida, temblorosa y sin voz.

Por fin, cuando minutos después la joven recobró el habla, señalando a los dos Aoyamas exclamó:

-Detenga ahora mismo a estos hombres, inspector.-

-¿Qué los detenga? Pero ¿por...

-Porque son los asesinos de su cochero, William Kirwan.-

El inspector estaba asombrado y sin saber que hacer.

-Pero... Una acusación así... ¡Es demasiado!-

-¿Demasiado? ¡Mireles!-

El padre estaba como petrificado, y en sus rasgos se leía una crueldad extrema. Del rostro del hijo había huido la sonrisa burlona de antes y contraía la boca en un gesto de rabia y cinismo, los ojos chispeando odio.

-¿Ya lo ve, inspector? Ahora, mire la otra prueba.- Continuó _____ Craven, alargandole un pedazo de papel.

-¿Que es eso?-

-El resto de la carta.-

-¿En donde estaba?-

-En donde más seguro era encontrarlo. Dentro de un rato Coil se los explicara todo.-

El inspector se asomó al pasillo y dio un silbido. Dos agentes de policía entraron en la habitación al cabo de un instante.

-Dispenseme, señor Aoyama. No tengo más remedio que obedecer, a pesar de mi convencimiento de que se trata de un error...-

Y diciendo esto procedió a arrestar a ambos hombres, tanto padre como hijo, aunque no con la facilidad con que había previsto en primer momento, ya que Keita Aoyama, retorciéndose como un demonio conforme era esposado, derribó al par de policías que lo apresaban para cruzar de un par de pasos la estancia y alzar las manos con la intención de hacer daño a la chica del detective.

No obstante, no logró su cometido, ya que antes siquiera de que pudiese rozar aquella nívea piel, el frío cañón de un arma se presionó contra su sien.

-Ni siquiera lo piense, joven Aoyama.- murmuró el ojeroso Coil, sosteniendo el arma sin el menor titubeo. Había en sus ojos, no obstante, un chispazo de ira oculta que habría hecho temblar a cualquiera con menos agallas.

-No crea que ha ganado tan fácilmente, Coil.- declaró Keita, segundos después de ser contenido por los ahora furiosos agentes de policía. -En cuanto este libre le mataré, y con su chica...- miró a ____ de reojo, y sonrió perversamente - Oh... Con su chica voy a pasar el mejor de los ratos...-

Vio fugazmente como el detective realizaba un rápido movimiento, y un parpadeo después sintió una brutal patada en la mandíbula, patada que bastó, al menos de momento, para dejarlo inconsciente sobre el suelo.

¡Bang! ¡Bang! You're deadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora