Capítulo Diecisiete

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2 de mayo

8:18. Sí, me caí de la cama. Con media resaca eso sí. Hoy llegué tempranísimo a la oficina. Razón: hoy es mi día D.

Pero me duele la cabeza. Anoche, después de mis reflexiones, me quedé dormida de guata. Al despertar el panorama no ha sido el más decente. Aún tenía la botella de vino en mi mano, me había quedado dormida sobre el borde del cuaderno y al pasarme una mano por la cara noté que tenía una horrible raya cruzando mi mejilla derecha… mmm… Dios Santo, soy un asco.

Me llevó horas de masajes para hacer circular de una vez la sangre por esa zona, a parte de despertar mis aún, ebrias células. Me levanté medio mareada y decidí meterme a la ducha de una buena vez.

Al salir, vi el caos de mi habitación. De ir a vivir sola, tengo que proponerme mantener el orden. Mientras buscaba los pantalones que me pondría ese día, choqué con la enciclopedia (la tenía guardada en el piso, en medio de mi pieza ¿por qué?) y sentí que me quebré el dedo meñique. En serio que si.

Bueno… me demoré poco en arreglarme. Agarré la accidentada camiseta (aún huele a quemado) y la metí en mi bolso.

Cuando llegué acá, solo había llegado la recepcionista de la empresa nueva.

-Hola…

-Hola… - dije siguiendo mi camino directo a mi puesto de trabajo, mientras me quitaba una legaña de mi ojo, sin sacarme los lentes oscuros.

-Disculpa, ¡disculpa!… - insistió la mujer – ¿te puedo ayudar en algo?

-No – respondí seca, ya me estaba molestado con la tontería. Seguí mi camino, la mujer se puso de pie y me tomó del brazo.

-Disculpa… pero tú trabajas acá…

-Si… - dijo de pronto una voz de hombre– trabaja en Meneghello María Teresa…

-¡Oh!... lo siento señor Mollins – dijo la mujer en tono afectado – es que soy nueva, y la otra recepcionista no ha llegado…

-Está bien - asintió Arturo Mollins. La mujer (una muchacha de 1.70, metro y medio de pura pierna y al parecer rubia natural, no igual que la Cote) se dio la vuelta y se fue a la recepción nuevamente -… Buenos Días…- dijo mirándome con una sonrisa pegada en sus labios.

-Buenos días – dije sin sacarme los lentes oscuros y rezando para que el olor a copete y a quemado (por la camiseta) no se notara demasiado.

-Cómo estás…

-De pie… - dije en broma. Arturo Mollins sonrió.

-Así veo… y tus lentes…

-¡Oh!... siguen igual de quebrados que la última vez…

-Tenemos que hablar de ese asunto… - dijo poniéndose muy serio.

-Si, obvio… ¡no!… ¡bah! Olvídalo, si igual tenía que cambiarlos… el jueves fui a mi revisión anual de la vista y aproveché de renovarlos… así que olvídalo… ¿qué tal el cambio?

-Complicado – respondió mirando a su alrededor –. El Señor Rodolfo Meneghello tenía muchas cosas… espero poder establecerme en forma definitiva antes del fin de semana… eee… ¿y tu?…

-¿Yo?... pues yo estoy establecida desde hace seis años en ese espacio que está allí…– dije apuntando hacía mi puesto de trabajo que se veía desde aquella distancia.

-Seis años… llevas bastante… en ese lugar está el departamento de computación…

-Si… soy asistente de computación… eso dice mi cargo.

Yiyi, La peor de todasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora