Capítulo dos

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30 de Marzo

10:00. El día de mi cumpleaños número 33, estuvo… cómo decirlo… mmm… algo extraño. Resultó ser que nadie me saludó aquel día. Al menos no gente de mis cercanos o de esas personas que se dicen amigos. Los únicos saludos que recibí fueron los de entidades bancarias, casas comerciales y administradores de sitios web donde estoy inscrita. Mierda. Mi estrecho círculo social es como una soga alrededor de mi cuello, que con los años aprieta más y más.

10:14. ¡Horror! Me han subido las pulsaciones a mil por minuto, al imaginar una soga apretando mi cuello y yo pidiendo a gritos otra oportunidad para curarme de mi sicopatía antisocial congénita. Maldición… estoy sufriendo una de mis chifladuras, estoy en plena crisis de pánico. Creo que iré al baño.

10:58. Ok. La crisis ya pasó. Me encerré un rato a solas en uno de los cubículos del baño. Me senté en el váter a recitar un mantra que bajé de una página de meditación. Respiré profundo y exhalé el veneno de malas vibras con fuerza casi odiosa. La bizarra imagen mía colgando del techo de la casa de mis padres con una soga cortándome el aire y sufriendo los estertores del auxilio, ha desaparecido.

Mientras estaba en el baño llegaron a hacerse labores de maquillaje reconstructivo, dos del departamento de ventas de la empresa. La Cote y una japonesa que nunca logro recordar. Malditas estúpidas de 1.70, con sus 55 kilos de peso corporal y el en caso de la Cote con los 300 cc. extras de pechugas que se instaló en su delantera. Con un metro de piernas delgadas y su cinturita de avispa, por la cual todos mis compañeros del departamento de computación quedan babeando cuando ella pasa.

Al escuchar los tacos en el ruidoso piso que la empresa colocó (mi teoría al respecto fue que es así de ruidoso para que los gerentes y jefes capten quienes están sacando la vuelta), se comienzan a enviar correos electrónicos entre ellos para estar alerta cuando la estupidina avispa pase moviéndoles el trasero.

Trabajo en una empresa que vende todo tipo de artículos ferreteros. Desde huincha aisladora a compresores para mega constructoras a nivel nacional. En mi departamento somos quince personas. Soy la única mujer y la que está más abajo en el escalafón. La pega no es mala pero es aburridísima. Siempre con la carta Gantt en mano parece que jamás avanzara con los proyectos del sitio web. Revisar que los stock estén correctos, que la página web no falle, que la foto de los productos correspondan a la glosa del mismo, que el sitio no se caiga, etc., etc. Mi pega es controlar la calidad del producto tecnológico, o sea, que el sitio haga lo que dice que hace. Por lo tanto soy como una mini oficina de informaciones para la gente de ventas y una policía de tránsito para los de computación. Así como también una traductora entre ambos departamentos. Los de computación hablan en código Maestro Yoda de la Guerra de las Galaxias y las de ventas lo hacen al estilo Sex and the City. Pensamiento en sintonía con alguna tribu urbana, seguidora de alguna saga de cine o televisión.

En general acá varios de los de un lado se han involucrado en diferentes grados con los del otro lado, elevando la crónica social de la empresa. Los de computación, en su mayoría, son ingenieros informáticos con un brutal sueldo mensual por lo tanto sus abultadas cuentas corrientes suelen tener algún tipo de interés por parte del resto de los departamentos. Las de ventas les siguen en salario, con la diferencia que ellas se hacen su propio sueldo, ya que trabajan a comisiones. La empresa por política solo conserva a las mejores. Pero en ellas prima la belleza. Todas son altas, esbeltas, oxigenadas y con una jodida delantera de quinceañera. Pechugas paraditas y redondeadas. Por lo tanto son altaneras con sus figuritas echas a Bisturí... ¡Grrrr!

En general, yo intento no cruzarme con ellas en ninguna parte. Por alguna razón tiendo a desaparecer.

En la mañana soy la última en prepararme el café. Se juntan todas ellas a hablar de sus sesiones de spa, yoga, depilación y solárium; o a darse datos de zapatos, joyas y vestidos de marcas, que a penas pueden pronunciar, y que están en una soberana oferta. Según ellas.

- ¡Negriiiita! – se usa el termino “negra” en diminutivo para demostrar un fingido amor laboral -, fíjate que ayer pase por el Parque Arauco, y Umbrale en oferta… ¡galla! ¡muérete! Adivina a cuanto estaban los vestidos…

- No sé… ¿unos 70…?

- Nooo… HUEVONA… $40.000.-, tenían unas maravillosas pulseras a $30.000.- y yo sin efectivo, ¡me quería dar un tiro!

- Galla, que bueno el dato… yo ando en mi auto hoy, así que qué te parece que nos peguemos una vuelta…

- Sii… y después podríamos pasar a tomarnos unos Manhattan… ¿qué te parece?

- Regio… excelente panorama…

Los Manhattan, Margaritas, Mojitos y todos esos brebajes alcohólicos con algún extranjerismo en su nombre, me recuerdan la revista Cosmopolitan... ¡hum!

Esas páginas donde siempre sale una regia mujer con dos metros de piernas, unos maravillosos ojos verdes, sonriéndole coqueta a un joven aprendiz de novio, de 1.80 de estatura, con brillantes músculos de hombre consagrado al gimnasio, que con una boba pero seductora sonrisa titula al reportaje “Cómo hacer que tu hombre grite tu nombre en la cama”. Como sea… la mina del reportaje parece frígida y el tipo tiene cara de Gay.

¿Por qué poner dos modelos anormales a representar lo que cientos de miles de subnormales intentamos vivir alguna vez en nuestras vidas?, ¿eh?

O sea… yo no quiero hacer que un hombre grite mi nombre mientras lo hacemos… a mis 33 ancianos, oxidados y descoloridos años, quizás pida acostarme con un tipo y ojalá despertar sobria, con él haciéndome compañía aún por la mañana… ¿sería mucho pedir que, además, no se esté quedando pelado? ¿eh?

Yiyi, La peor de todasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora