Capítulo Setenta y dos (CUARTA ENTREGA)

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Última parte... 

Luego de que Arturo se fue a su fiesta, después de todo era el atractivo anfitrión de la misma, me quedé cinco minutos parada, como poste, totalmente petrificada, sin saber qué hacer o qué sentir. Cuando al fin pude reaccionar, y la sangre decidió llegar hasta mis ahogadas neuronitas, procedí a sacar un par de libros para ojearlos, distraer mi mente e intentar que imágenes “XXX” con el cumpleañero dejaran de rondar mi mente. En serio, me costó mucho.  No me había dado cuenta del calor que sentía. Quería volver a ser la dama que había llegado a la fiesta, pero un bajo instinto asomaba cada tanto en mi alocada imaginación.

Me acerqué a un sillón de cuero color burdeos y me recosté un rato. Me saqué los zapatos y me puse mis lentes. Fue complejo eso sí. Los chicos me habían puesto extensiones en las pestañas y estas me chocaban con los espejuelos. Incómodo.

Había agarrado un libro de Dostoievski, con la intención de aterrizar e intelectualizar la jornada. Muy pronto comencé a perderme en cada una de sus frases. Iba en la página 57 cuando vi que Arturo estaba parado en la puerta, con un trozo de torta, una copa de Champaña y una enorme sonrisa.

-           Esto es una delicia Arturo… - dije

-           ¿La delicia soy yo? – respondió divertido.

-        Dostoievski. Es un genio narrativo ¡Uf! Este hombre escribió maravillosos libros de contenido psicológico después de su dolorosa estadía en Siberia. Están llenos de sufrimiento, amargura, humillación, locura. Dios, un genio… lo leo todos los años… sufro una fascinante catarsis después que me devoro sus páginas completas ¿Cómo va la fiesta? – Arturo ya estaba de pie frente al sillón donde yo me encontraba recostada. Los pies me latían.

-           Bien… mucha gente ha preguntado por ti. Estela, la señora de la cocina, le contó a Magda, que los periodistas comenzaron a especular, en cuanto divisaron la limusina. Han dicho que eres: desde una mujer que trabaja en televisión, hasta una actriz extrajera – dijo divertido mirándome los pies –. Veo que te has puesto muy cómoda.

-           Mm… si… me dolían los pies… ¿ese plato es para mí?

-           El platillo no… la torta, sí…

-           Gracioso… te ríes de mi Arturo Mollins. No sé cómo pudiste salir de esta casa, teniendo todo esto para ti solo… ¿necesitas de mi espectacular presencia allá abajo? – dije llevándome un bocado de torta a la boca. Estaba realmente exquisita.

-           No – dijo sentándose junto a mi -, me gusta huir un rato para venir a verte… te chocan las pestañas en el lente…

-           Si… los chicos insistieron en ponerme extensiones… más de la divina falsedad humana…

-           Se te ven lindas… te ves como una traviesa y coqueta gatita… me gusta eso…

-           ¿Y te gusta cómo ando vestida hoy?

-           Mucho…. ese vestido acentúa tu figura… no sabía que eras tan delgada, siempre vistes con la ropa de tus hermanos en el departamento.

-           Arturo…

-           Gabriela…

-           Adoro tus labios y me pregunto a qué sabrán…

-           ¿Quieres averiguarlo? - dijo en forma provocativa. Había puesto una mano en el respaldo del sillón, de tal modo que no solo quedaba justo frente a mí, sino que me cortaba el paso de toda posible huida. El asunto era… que yo, ya no pretendía huir de nada.

Yiyi, La peor de todasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora