Capítulo Cuarenta

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18 de junio

3:00 AM.

Todo mi cerebro está solo lleno de él y mi corazón extasiado de amor… todo por mi adorable Jeremy… ¡Haij!

He llegado hace poco de la cita de improviso que tuve con él. Así que, como es de suponer, acepté salir a tomarnos una copa por ahí… y lo pasé divino.

Después que acepté que saliéramos, me dijo que tenía un par de cosas pendientes así que era mejor que nos encontráramos en un bar que está cerca del Cerro Santa Lucía. Yo me fui primero. Jeremy no andaba en auto, me contó que lo había mandado a limpiar así que tendríamos que irnos a pie. Le dije que no se preocupara por mí por que vivía en el centro. Me llamaría al celular cuando estuviera saliendo de la oficina.

El bar era bastante bonito. Pequeño, íntimo aunque demasiado oscuro. Estaba repleto. Estuve parada un buen rato, hasta que se desocupó una mesa. Pedí una bebida para esperar a que llegara mi cita. Había muchos estudiantes. Existía una Universidad en las cercanías. Un muchacho me tenía particularmente incómoda. No dejaba de mirarme, con esa típica vista media desorientada que se le pone a las personas que han bebido mucho y que tratan de hacerse lo coquetos. No se ve bien. La verdad es que es bastante vergonzoso. De pronto se envalentonó, se acercó a mi mesa y me invitó a unirme a su grupo. Le dije respetuosamente que le agradecía la invitación, pero que esperaba a alguien. Se fue, aunque no dejó de flirtear conmigo. Mm… niñito… el gusto de algunos muchachitos por la mujeres mayores… mm…

Eran cerca de las 20:00 horas y ya me había convencido que Jeremy me había dejado plantada. En ese momento justo, lo vi entrar al bar. Se me acercó radiante como siempre y se excusó por el atraso. Me dijo que había salido tan rápido de la oficina que había olvidado llamarme. Recién en ese minuto yo pedí un pisco sour y él una cerveza. Cuando los brebajes llegaron a nuestra mesa, él bebió un gran sorbo y luego me quedó mirando un rato.

-          Bueno Gómez… al fin estamos solos…

-          Si, es bueno – dije sorbiendo mi pisco sour con la delicadeza de una Geisha.

-          Si… ¿nervios?

-          ¿Nervios por qué? – pregunté. Ok, dicen que los cazadores huelen a su presa. Quizás yo olía a cobardía en ese minuto. Mm…

-          No sé… quizás, yo te pongo nerviosa – me dijo en tono coqueto.

-          Para nada. No me das miedo, Jeremy – dije esperando que no me castañetearan los dientes.

-          ¡Ah!... verdad que eres una mujer ruda. Me gusta eso en una mujer… - dijo dando otro sorbo a su cerveza-. Oye Gómez, quiero hacerte una pregunta - ¡Uy! ¡demonios! Se venía la invitación “extra”.

-          De qué se trata – respondí tratando de no hacer ver mi nerviosismo.

-          ¿Qué onda entre el chupete de fierro y tú? – mm… eso no me lo esperaba.

-          ¿El quién de qué?

-          No te hagas la tonta, Gómez. Entre ese pesado del Mollins y tú ¿qué onda?

-          Sorry… - dije sin poder contener la risa - ¿cómo es que le dicen?

-          Chupete de fierro…

-          ¿Y eso por qué?

-          Por que es desagradable el tipo. Es tan tieso, se hace el serio, el caballero respetable delante de todas las minas, para dárselas de galán de cuarta el huevón… - mm… no sé… pero me pareció detectar una leve sombra de envidia en toda esa frase –. Oye, y no me cambies el tema. Quiero saber ¿qué pasa entre ustedes?

Yiyi, La peor de todasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora