Capítulo Cuarenta y cuatro

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29 de junio

13:35. Me siento como en la cárcel. No sé qué es lo más malo: estar en cama aburrida sin nada que hacer o saber que mi carcelero es mi peor enemigo. Mm… debo decidir esta complicada cuestión. Mm…

Me ha estado dando vuelta, lo simpático que se portó conmigo Arturo Mollins en el médico. Me asombró lo buena persona que puede ser. Claro… me ha molestado eso de tomar decisiones a mis espaldas y haberme llevado a rastras al médico. Fue un poco papá para sus cosas y yo no soy su hija…

Mm… aunque… no he olvidado el latido de su corazón cuando puso mi cabeza en su pecho. Mm… ni tampoco el momento en que me acariciaba el cabello… mm… ni como me dijo que cuando me sintiese mejor me compraría helados de todos los sabores que deseara… mm… lo peor… no puedo dejar de pensar en lo bien que me sentí por al menos veinte segundos junto a él. Sentí tan sincera su preocupación, que me cuesta creer que tenga terribles conflictos personales por diferentes flancos con ese hombre… mm… la estirada abogada tiene suerte de tenerlo cerca… si se comportó conmigo de esa manera, ya me imagino como será con ella… sino tuviese a Jeremy completando mi existencia la envidiaría…

Tengo que ir al baño…

13:46. ¡Uy! ¡Uy! ¡Uy! maldito Mollins… no me deja moverme de la pieza. No me causa gracia revelar qué es lo que específicamente tengo que ir a hacer al baño. Me ha dicho que me prohíbe volver a salir de la pieza. Le he respondido que esto es una dictadura ya que ha estado ejerciendo un poder absoluto, autoritario y soberano en un territorio que nos pertenece a los dos y sobre todo sobre mí; y que yo, me revelaría tarde o temprano contra el dictador, o sea, contra él. Me ha quedado mirando estupefacto y luego se ha largado reír. Me ha dicho que con ese argumento no le queda más que permitirme el paso para ir al baño. Suerte la mía… ya me meaba…

Mm… jaja… igual lo espanté cuando salí del baño. Estaba sentado en el comedor con el computador encendido, supongo que trabajando. Tenía la oreja pegada al teléfono, supongo que hablando con alguien. Se volvió y me quedó mirando. Supongo que mi pinta no era del todo decente. Me había hecho dos trenzas, andaba con un polerón de mi hermano, los pantalones de reo y unas pantuflas con cara de perrito demasiado hermosas como para no usarlas. Tapó el auricular y me dijo “linda tenida. Muy sexy señorita Gabriela representante del pueblo”. Le hice una mueca y me vine a mi cama mejor.                                                                                      

14:18. Extraño a Jeremy. ¿Qué pensará de mi ausencia? Debe estar terriblemente preocupado por mi. Al no verme debe haber preguntado a todo mundo. Debí haber llamado, pero Arturo Mollins me dijo que él le había dicho ayer a Isabel de Witt que gozaba de una licencia por una neumonitis. Qué si alguien preguntaba que dijera que yo había avisado.

Mm… escucho sonar el teléfono… ¡quizás sea él mi amorcito!… iré a ver…

14:27. ¡Uy! Maldito Mollins, maldito, maldito. Cuando me vio en la puerta me preguntó que qué hacia levantada de nuevo, le dije que había escuchado el teléfono y me respondió que para eso teníamos la contestadora. Me amenazó que me encadenaría a la pata de la cama si volvía a verme de pie… que odioso es… ¡haaaachís!... ¡uf! Odio estornudar, me dan escalofríos…

Me ha dado sueño… creo que dormiré una siesta… maldito Mollins… zzzzzz… maldita Marcela, que suerte tiene… zzz… que suerte tiene… zzzz….

20:34. ¡Pero qué horror!... me había olvidado por completo que hoy era el lanzamiento de un libro y que mi padre me había pedido que lo acompañara.

Me acordé solo cuando vi a mi mamá parada en el umbral de la puerta de mi pieza, con cara de pánico.

Mamá dice que creía que Arturo Mollins me había asesinado… mm… por lo menos sé a quién salí tan exagerada para todo.

Yiyi, La peor de todasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora