41. El diario de Rodolphus Lestrange.

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Hermione permanecía sentada en el sofá más largo, rodeada de cojines y sábanas, incluso, contra todas las normas de etiqueta de Rose, le había permitido subir los pies para que se sintiera más cómoda.

Hacía diez días que le habían dado el alta de San Mungo, ya que para sorpresa de los sanadores, su recuperación fue demasiado rápida a pesar de la gravedad de los daños físicos y psicológicos. Sin embargo, había una bruja que cuidaba de ella a todas horas, para molestia de la castaña, quien se sentía completamente inútil al tener a alguien cuidando de ella. No obstante, todos —y con todos se refería a todos los que estaban en esa sala— habían insistido que era necesario que reposara.

Nunca había envidiado a Pansy, pero esta ocasión lo hacía con todo su ser.

La chica tenía quince días de haber dado a luz. Ni siquiera cumplió los cuarenta días de reposo que dictaban los medimagos para la completa recuperación de una nueva madre. Ella ya andaba caminando de un lugar a otro, haciendo ejercicios para eliminar 'las estrías' de las cuales Harry negaba  su existencia. No era una mujer muy maternal, pero sus ojos brillaban cuando James estaba en sus brazos.

Oh, también la envidiaba por eso.

En unos cuantos meses, ella misma podría haber estado en una situación similar a la de Pansy. Preocupándose por su figura, colocándose maquillaje extra debajo de los ojos para disimular las ojeras producto de una noche de desvelos por biberones, llantos y cambios de pañales... Cargando a un bebé precioso de cabellos rubios.

Un nudo se formó en su garganta.

—¿Hermione estás bien?

La voz de Ginny captó su atención. Levantó la vista y descubrió que todos la observaban con preocupación.

—Sí, Gin, estoy bien —mintió.

Prefirió alejar pensamientos inoportunos para centrarse en el asunto que ahora era más importante: Detener a Bellatrix Lestrange.

—¿Tienes alguna idea de la cantidad de horrocruxes que hizo tu madre? ¿Nunca te mencionó algo? —Kingsley preguntó a Hydria.

La chica detuvo su andar alrededor de la estancia para mirar al Ministro y ex jefe de aurores con fijeza.

—No, jamás me mencionó nada —respondió—. Como ya dije, mi relación con Bellatrix era casi inexistente. Me visitó un par de veces a Bulgaria, pero lo único de lo que hablaba era de las ansias que tenía porque el Señor Tenebroso acabara con toda la escoria. Después la encarcelaron. Luego de su huida un par de años después, me visitó para ordenarme que me uniera a las filas, que me hiciera mortífaga.

—Y tú te negaste, por supuesto —dijo Ron, sarcástico.

—Claro que lo hice —admitió molesta—. Le prometí que me dejaría marcar al cumplir los diecisiete, sin embargo, para ése entonces, la guerra ya se había desatado. Fue un gran alivio para mí que mis padres 'murieran'.

Todos ahogaron un gemido.

—¿Entonces no tienes idea sobre los horrocruxes? —inquirió Harry.

—Es lo que acaba de decir, Potter —respondió Draco de mala gana.

El rubio estaba en la esquina más alejada de la elegante sala de la Mansión Granger en Wiltshire. Miraba por el gran ventanal las colinas británicas que se alzaban imponentes mientras bebía un poco de whisky.

Los Celos de un Slytherin Donde viven las historias. Descúbrelo ahora