45. El tiempo no se detiene.

10.4K 604 269
                                    

El mes concluyó más pronto de lo que todos hubiesen deseado. Septiembre inició con el regreso a Hogwarts para Luna —quien declinó a la oferta de obtener su certificado con la única condición de presentar los TIMO's—; el ingreso al Colegio de Aurores para Harry y Ron; así como el inicio de los estudios para convertirse en Sanadores de Theo, Hermione y Alec —quien debido a las excelentes calificaciones obtenidas en Durmstrang fue aceptado de inmediato—; y la agobiante travesía de Draco, Blaise y Ginny, quienes habían enviado una carta hacía un par de días explicando con satisfacción que habían destruido el primero, justamente en el lugar más temido por Blaise. En el diario de Rodolphus Lestrange, existían un par de datos curiosos y ubicaciones, los cuales, al irlos uniendo, lograban atar un par de cabos, pero no daban un sitio exacto.

La vida de Hydria, sin embargo, era un caos total. Todo el tiempo tenía la mirada perdida, su cuerpo se movía con desgana, como si fuera una autómata. Se quedaba en la Mansión Malfoy, a pesar de las múltiples invitaciones que Rose le había hecho para que se quedara con ella mientras los chicos iban a la escuela, pero se se negaba rotundamente. Estaba completamente sola en esa antigua casa llena de malos recuerdos, con la única compañía de los elfos y los cuadros de la familia de su primo dándole los buenos días de mala gana, echándole en cara que tenía esa pinta de fantasma por haberse engatusado con un vil y despreciable muggle; y que, seguramente, el pequeño ingenuo traidor de Draco también terminaría así por relacionarse con aquella sangre sucia por la que estuvo a punto de manchar la perfecta línea de magia pura. Ella más de una vez estuvo tentada de quemarlos todos, preguntándose por qué demonios Draco no lo había hecho ya; sin embargo, por más que el heredero de tal propiedad le hubiera cedido el poder de hacer lo que quisiera, no era tan irrespetuosa como para deshacerse de las reliquias familiares.

—Señorita Black, tiene una visita —un elfo se apareció en sus aposentos, sin atreverse a mirarla, mientras retorcía entre sus pequeños y huesudos dedos el delantal que llevaba puesto (porque Hermione se había encargado de exigirle a su entonces prometido, que les proporcionara ropa aceptable, hecho que sin duda los ofendió tremendamente, pero se vieron obligados a aceptarla cuando el joven amo les amenazó.

«Deben mantener contenta a la nueva señora de la casa, o yo mismo me encargaré de liberarlos» les había dicho mientras les enviaba una afilada mirada.

Sus largos cabellos negros, brillantes y perfectamente rizados, ahora estaban opacos, sin vida, cayendo con delicadeza sobre la almohada en la que tenía descansando su atormentada cabeza. Los hermosos ojos grises de los cuales era poseedora, carecían de brillo alguno; y debajo de éstos, unas oscuras ojeras se asentaban. Su piel, sin embargo, estaba tan pálida como la de un vampiro, pues hacía ya un mes que no había salido de esa alcoba.

Tenía en la mesita de noche un par de pergaminos, tinta y algunos sobres, así como una especie de frasco similar a un cenicero, los cuales escondió de inmediato cuando sintió la presencia del elfo en la estancia.

—Te ordené que no me molestaras —le dijo con una voz tan fría, que de repente su piel se erizó al notar la similitud que tenía con la de su madre.

Los grandes ojos de la criatura la miraron con temor, antes de inclinarse hasta tocar el suelo con la punta de su nariz.

—Le pido me perdone, señorita Black... he sido un completo inútil... —y dicho eso, comenzó a golpearse la cabeza contra el suelo.

Hydria lo miró de reojo y no pudo evitar sentir un pequeño remordimiento.

Suspiró.

—Deja de golpearte —dijo con voz impasible, pero al notar que no detenía el incesante golpeteo, agregó—. Es una orden —el elfo se detuvo— ¿Quién me busca? —si bien, no quería recibir a nadie, tenía curiosidad de saber quién era la persona que deseaba hablar con ella.

Los Celos de un Slytherin Donde viven las historias. Descúbrelo ahora