24. Cincuenta mil libras esterlinas.

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El sábado por la mañana llegó con más rapidez de la que esperaban, pues desgraciadamente, el lunes volvían a Hogwarts. No es que no les gustara el colegio, en realidad lo amaban y era su lugar favorito, pero también les encantaba estar en Londres, disfrutando el hecho de estar todo el día juntos.

No era un muy buen día para Hermione, ya que sentía la excesiva necesidad de leerse como mínimo, los primeros veinte capítulos del libro de Aritmancia, cosa que no pudo llegar a concretar durante la semana, porque Draco le escondió los libros de la escuela vaya a saber dónde y cómo; pues a pesar del sinfín de hechizos que había hecho para aparecerlos, nunca logró hallarlos. Y, adjuntando que esa noche habría una subasta de gala, a la que obviamente, Rose les había obligado a acompañarla.

— No quiero ir —masculló una vez más, mientras la diseñadora que había sido llamada desde hacía unas horas, le hacía algunos ajustes a su elegante vestido—. Tengo mucho que estudiar.

Rose le dedicó una mirada amenazadora antes de hablar.

— Sería bueno que ajustaras la parte de la cintura —le ordenó a la mujer, que obedeció inmediatamente.

— Abuela...

— Hermione deja de quejarte, nos queda poco tiempo para que terminen de alistarte para el baile, ¡y mira! El vestido aún ni siquiera está listo —dijo con voz ansiosa.

— Te dije que podía ponerme el que usé en el baile de la señora Hopkins...

La mujer se llevó una mano al pecho y su rostro adquirió una gesto de pánico.

— ¿Repetir vestido? ¿Aún tienes la osadía de pensarlo? Dios mío, ésta juventud está tan perdida —dijo dramáticamente, sentándose en uno de los sillones de la alcoba de Hermione.

La chica tan sólo negaba con la cabeza, mientras pensaba qué diantres estaba haciendo Draco justo en ése momento.

— Abuela, ¿sabes dónde está Draco?

— Oh pero por supuesto. Él me pidió que te informara que saldría comprar un nuevo traje. A diferencia tuya, el sí disfruta esta clase de eventos y sabe que siempre hay que dar una buena imagen —sonrió con orgullo.

— Bueno, eso es porque él nació rodeado de todo esto. Bailes, lujos, fiestas con personas desconocidas pero tan sólo invitadas por su buena posición social —enumeró—. Además hay que agregarle que Draco es un egocéntrico.

— Ya siento que es de la familia ése jovencito... Tan elegante, tan atento y caballeroso, con un exquisito buen gusto; querida, creo que no pudiste haber elegido a alguien mejor —ignoró completamente todo lo anteriormente dicho por su nieta.

La castaña no pudo reprimir una carcajada.

— ¿Estás segura de que no estás enamorada de él? —preguntó con sarcasmo antes de echarse a reír.

Rose le miró seriamente antes de ponerse en pié.

— Eres una maleducada, Hermione Granger. Debí haber sido más dura contigo, eres una caprichosa y maleducada jovencita —dijo divertida —, y por supuesto que no. Draco simplemente es el tipo de muchacho que siempre busqué para ti.

En los labios de Hermione se instaló una alegre sonrisa.

— Te quiero, abuela.

[...]

La limusina negra se detuvo frente al London Majestic Hotel, en segundos, uno de los guardias de seguridad les abrió la puerta.

Primeramente bajó Rose, siendo ayudada por el mismo hombre. Por el otro lado salió Draco, quien tuvo que contener una risa al escuchar los gritos ahogados de varias mujeres que pasaban junto a él. Rodeó el automóvil y tomó la mano de Hermione para ayudarla a salir. Inmediatamente los murmullos aumentaron y los flashes de las cámaras los cegaron por algunos segundos.

Los Celos de un Slytherin Donde viven las historias. Descúbrelo ahora