.:Cuentos para dormir:.

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Pomona la diosa que no quería amar

(T/N), o mejor conocida como Pomona, era la diosa encargada de proteger la fruta y los árboles frutales, así como los jardines y las huertas. Se dice que era hermosa y todos caían prendados a su belleza, desde campesinos que la veían cuidar sus jardines, hasta dioses que se detenían para observarla ocultos entre los arbustos. No obstante, Pomona no lograba sentir ninguna atracción por nadie y rechazaba pretendiente por pretendiente.

—Realmente lo siento, Pan... Pero no puedo aceptar tu amor— murmuro, bastante apenada, observando como el Sátiro soltaba un suspiro y bajaba su cabeza. Realmente le hubiera gustado poder dejar de rechazarlo cada tres días, pero le era imposible sentir más que amistad por ese Dios que siempre la visitaba. Lentamente se acerco, estirando su brazo, tratando de tocarlo, pero antes, siquiera, de lograr rozarlo, el se aparto, bruscamente. Escucho como murmuraba algo, pero lo hizo de manera tan baja que no logro comprenderlo. Antes de poder decir algo, el se marcho, perdiéndose en la espesura del bosque. La mujer suspiro, al mismo tiempo que revolvía su cabello. ¿Por qué le tenía que pasar eso a ella?

Escondido en la extensa mata de árboles frutales, un hombre de cabellos castaños, junto con un singular rulito, la observaba sintiendo su corazón removerse, inquieto. Sabía que si se le declaraba una vez más, ella o rechazaría, como había estado sucediendo desde que conocieron la existencia del otro. Era un terrible círculo vicioso. Soltó un gruñido, pasando su mano por su cabello. Debía encontrar el modo de hacerla caer en sus redes antes de que alguien más logre lo, casi, imposible. Porque, si siempre había un rastro de esperanza para el Dios.

Vertumno, dios de las estaciones y árboles frutales, se encontraba profundamente enamorado de Pomona y, lamentablemente, conocía a la perfección su carácter, pero nada lo detendría. Pasó día y noche, convirtiéndose en personas o seres relacionados con la pasión de la chica, pero nada surtía efecto. Algo exhausto, adquirió la figura de una anciana.

—Mi señora, no debería caminar por aquí, no cuando el sol está en lo alto— dijo, Pomona, acercándose a la mujer, que no era otro que el dios disfrazado. Con cuidado, la chica tomo las añejas manos de la mayor y, con dulzura, la condujo hasta la sombra de lo árboles frutales.

—Oh, pero que jovencita más amable. Ya no hay muchachitas como tu—la voz salía temblorosa y maternal, era perfecto. La chica sonrió y le ofreció un poco de agua—. Lamento haberte molestado, pero me he acercado cuando note un dulce aroma a vid madura, cuidas muy bien a tu jardín, es hermoso. Tu esposo estará más que complacido con el vino— la halago, casi al pasar. Sorprendido se quedo cuando la chica bajo su cabeza, evidentemente sonrojada. ¡No lo comprendía! Solo con unas pocas palabras sobre su trabajo ya estaba así y el que le había dedicado los más hermosos sonetos había recibido solo un "Muchas gracias, Vertumno"

—Gracias, señora, pero no tengo esposo ni planeo tenerlo— menciono con una sonrisa. La anciana se sobresalto.

—¿Por qué no? Todas necesitamos de alguien. Alguien con quien hablar y de quien preocuparnos cuando vaya a la guerra—

—Creo... Creo que Cupido no me ha flechado a nadie, aun— murmuro, algo ida por sus sueños.

—¡Ah! Es el dios mas caprichoso que existe, pero no te dejes engañar por él, solo son cuentos— comento, pensando en que si el dios del amor lo oía, seguramente le atravesaría con una de sus flechas, siendo desdichado, para toda la eternidad, en el amor. Pomona rio, complacida por el carácter de aquella bravía mujer que se atrevía a desafiar al hijo de Venus.

Vertumno, entonces, decidió hablarle del amor, de lo desgarrador del sentimiento cuando no era correspondido, de lo hermoso que era cuando veía sonreír a la persona que amaba. Le hablo de que había miles de variantes de ese sentimiento. La diosa simplemente escucho, embelesada. Jamás había oído algo que le provocara esas miles de sensaciones en su cuerpo: ansiedad, nervios, asombro, incredulidad, deseo. De una u otra manera, deseaba poder sentirlo. Se notaba tan frágil, tan humano.

¿Daddy? (Hetalia x Lectora)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora