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—Quítate la ropa, bellezza— pidió Feliciano, mientras se arremangaba. (T/N) levanto su mirada del libro que tenia entre las manos, esperando que el otro le dijera que era una broma. Al ver que el italiano no parecía cambiar de opinión, se aclaro la garganta.

—¿Que?— murmuro, arqueando las cejas hacia arriba. El país sonrió y apunto hacia el costoso lienzo que se encontraba en la habitación, cerca de un gran ventanal, donde había una simple silla de madera.

—Necesito un modelo, belleza, ¿que mejor que seas tu?— explico, sonriente. A la muchacha se le subieron los colores a la cabeza. Muchas veces había escuchado que los de cursos superiores tenían modelos cuando realizaban cuadros, pero no había escuchado que iban desnudos. Trago fuertemente y dejo el volumen en la repisa, despegándose de la pared en la que se encontraba apoyada.

—¿T-tengo que quitarme la ropa?— pregunto, a pesar de haberlo escuchado claramente. El hombre abrió sus ojos, mas de lo normal y camino hasta ella. Con suavidad tomo su monten y, con su otra mano, acaricio el lateral de su cuello.

—¿Como voy a retratar tu hermosa naturaleza si sigues con esas molestas ropas? Es imposible— musito, como si fuera para el mas que para la contraria. Luego de unos instantes, volvió en si y sonrió— Así que, por favor, quítate la ropa— y, diciendo esto, se alejo de ella. (T/N) dejo salir un suspiro y se giro sobre sus talones, algo enfurruñada. Podia hacer una pequeña escenita de caprichos, solo para no quitarse las prendas, pero no quería hacer sentir mal al italiano, quien siempre le había dado todo, incluso, hasta lo que, por pena, no había pedido con palabras. Suspiro y se quito la blusa floreada que llevaba, para luego deshacerse de la falda blanca, tableada. Los dejo encima de una mesa y busco al hombre con la mirada, hasta encontrarlo acomodando variadas pinturas al lado del lienzo. Se mordió el labio inferior y se quito el sostén, haciendo lo mismo con su braga. De cierta forma, aun le daba algo de pena el hecho de que su cuerpo fuera compartido por varios hombres. Aun no podía deshacerse del sentimiento de incomodidad, al menos al principio. Tomando un poco de confianza camino hasta el banco.

—L-lista— susurro, llamando la atencion del italiano, quien se giro para observarla. Definitivamente era hermosa. Las costillas que, hacia dos meses se le notaban por el exceso de trabajo, habían desaparecido, solo notándose, las clavículas. El resto de su ser era digno de una hermosa mujer, de esas que, en su tiempo, los grandes artistas pintaban. Senos firmes, no voluptuosos, ni demasiado pequeños, vientre curvado, muslos rellenos, que parecían muy suaves al tacto y pies, aunque alargados, delicados. (T/N) noto la mirada del mayor en ella y solo se limito a sonrojarse. El estar desnuda y siendo, constantemente, observada, le causaba escalofríos. Tratando de romper el encantamiento de silencio, casi amoroso, al cual estaban sometidos, tomo asiento en el banco, sintiendo la madera fría en su piel.

"¿Y ahora que?", pensó, no sabiendo, muy bien, que hacer con sus manos, no sabiendo que hacer con su cuerpo, en realidad. Habia pensado que el trabajo de modelo era fácil, solo se posaba y ya, pero, ahora, bajo la mirada miel del contrario, no se le venia nada a la cabeza. ¿Debería ser provocativa? ¿Debería ser inocente? ¿Juguetona? ¡No lo sabia y eso le estaba poniendo los nervios de punta! Un suave toque en su cabello, la saco de sus pensamientos, haciéndola sobresaltar levemente. Italia estaba peinando las hebras, entrelazándolas con variadas flores, en silencio, disfrutando de las emociones que transmitía el cuerpo de la menor. Cuando logro el efecto deseado se aparto y la observo, nuevamente.

—Perfecto, belleza— menciono, sonriente. Se acerco hasta el lienzo tamaño real y comenzó a pintarlo. No se escuchaba mas que los suspiros de ambos y el cambio de pinceles, al igual que su limpieza. (T/N) había tratado de quedarse quieta, al menos mirando hacia el frente, tratando de darle un bonito angulo al pintor, pero comenzaba a aburrirse... ¡Ella tambein quería pintar! O, en su defecto, seguir espiando en la gran biblioteca que tenia el hombre. Habia encontrado un álbum de fotografías muy interesante, como, así también, variados diarios que, aunque sabia que estaba mal leerlos, la curiosidad era mas fuerte que ella. Por un momento, levanto su vista, hasta fijarse en los decorados del techo. Para ser una habitación dedicada al trabajo artístico, según era lo que habia dicho el italiano, estaba bastante bien arreglada. Suspiro y bajo su mirada, hasta encontrarse con su protector, quien al observaba con el ceño fruncido ligeramente.

—¿Paso algo, Daddy?— pregunto, pensando que las flores se le habían caído o que estaba enfadado porque se había movido. El individuo no contesto a la primera, mas se le acerco y coloco una mano en su mentón, pensando. Ella prefirió no romper el silencio. Feliciano se dedico a desordenar el peinado, llevar mechones hacia variados lados, pero, al parecer, nada funcionaba. ¿Que era lo que faltaba? Chasqueo su lengua y se alejo, admirándola, pero, esta vez, dejo que su campo de visión se ampliara, nuevamente, hacia su cuerpo. Sonrio y, acercándose, alzo el mentón de la muchacha, para luego recorrer su cuello, de manera descendente. Sus dedos pasaron por su clavícula y luego por el canal que formaban sus senos. La joven soltó un jadeo ante un tacto tan suave.

—Ya se lo que falta— menciono, sonriente. Faltaba sensualidad. Faltaba que sus mejillas estuvieran rojas. Faltaba ese hermoso brillo en los ojos de una mujer luego de hacer el amor. Faltaban marcas en su cuerpo. Faltaban sus labios, tan inocentes, entreabiertos, jadeando. Faltaban muchas cosas y el sabia como remediarlo. Se inclino y, apoyando sus manos en los antebrazos de la silla, la beso. Fue un beso con sabor a albahaca, un condimento africado, según la antigüedad, la cual era usada, repetidas veces por Italia en las comidas. Fue un beso delicado, justo como aquellas hojas verdes. Fue un beso correspondido por parte de la mujer, quien acaricio el cuello ajeno, mientras que los brazos del mayor le rodeaban y la apegaba a su cuerpo. Feliciano se despego de los labiales de la menor y comenzó a morder su cuello, para luego besarlo.

—E-Espera... Hace cosquillas— menciono, entre pequeñas risillas, (T/N). El muchacho sonrió, divertido, para luego volver a besarla, esta vez, introduciendo su lengua en la boca de ella. Las manos de el, vagaron por sus senos, acariciando sus pezones, para luego bajar por su espalda, tocando cada centímetro de piel. Con cuidado, Italia mordió el labio inferior de la chica, para luego jalarlo y comenzar a recorrer su cuerpo con sus labios, besando y lamiendo aquel lienzo repleto de curvas. Jugueteo con los pezones de ella, logrando arrancarle varios gemidos, al mismo tiempo que sus manos se aventuraban acariciando la intimidad de la muchacha. Era increible lo sensible que era (T/N), ella reaccionaba al mínimo toque del hombre, lanzando un jadeo o un gemido, algo que le agradaba, de sobremanera, a la nación. Toco, con su dedo mayor, el clítoris ajeno, haciendo que ella se retorciera bajo de el, aguantándose un gemido al morderse el labial inferior. Feliciano no podía dejar de verla, intentando captar todos los gestos que hacia, deseando, algún día, poder plasmarlo en una pintura... para su propia colección privada, claro, ni loco dejaría que alguien mas viera ese bonito sonrojo, esas largas pestañas humedecidas en lagrimas y esos abultados labios, rojos e hinchados de tanto besar.

—Que linda...— susurro sobre le oído ajeno, mientras apresuraba los movimientos de su extremidad. (T/N) se tenso, mientras notaba un gran cosquilleo en su vientre. Se iba a correr si el seguía así. Con fuerza, tiro de la camisa del contrario, tratando de advertirle que estallaría en cualquier momento. Pero antes de poder, siquiera, decir palabra, dos de los dedos de el entrar en ella, mientras que el pulgar acariciaba su punto dulce. Ahogando un gemido, tiro su cabeza hacia atrás, mientras que arqueaba su espalda. Su cuerpo sufrió varios espasmos, al mismo tiempo que su interior subía de temperatura. El italiano espero, pacientemente y, cuando la chica se relajo, quito sus extremidades. Dio unos pasos hacia atrás, lamiendo, como si fuera el mejor manjar, los fluidos que habían quedado en sus extremidades y le observo. Ahora si estaba perfecta. Un ser tembloroso, hundido en las mieles del éxtasis y jadeante.

—Que cruel... yo quería correrme contigo, Daddy— susurro la chica cuando, por fin, pudo hablar. Su vista cayo sobre la abultada entrepierna ajena.


Italia sonrió. La pintura podía esperar.

¿Daddy? (Hetalia x Lectora)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora