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Alfred soltó un suspiro, mientras elevaba su mirada hasta la casa de estilo colonial que se encontraba a unos metros de él. Se estaba arriesgando a que le cortaran la cabeza, pero debía hacerle saber a su mente que era lo que, en verdad, debía hacer. Una parte de él, sabia, exactamente cómo es que debía proceder con el asunto del embarazo de su Kitten, pero, otra parte de su cabeza estaba negada. Quería unas buenas reprimendas para entrar en razón.

Usualmente hubiera ido con Inglaterra, o con Francia, pero ellos, también, estaban metidos en aquel escabroso tema. Ellos debían tener sus propias preocupaciones.

Carraspeo levemente, dándose ánimos, para luego pasar una mano por su cabello. Bien, estaba listo. Con seguridad desbordándole de la piel, se acerco hasta la puerta y toco timbre. Los minutos pasaron y, finalmente la entrada se abrió. Delante de él, se encontraba la mujer que más le causaba temor y admiración a la vez: Iztel. La chica le observo largo rato, sin decir una palabra y Alfred sintió que, cual juez de la muerte, estaba escudriñando su alma.

—¿Qué quieres aq...? No, olvídalo, el mundo no se va a acabar todavía, murica— menciono, sacando el tema que tanto le avergonzaba. El chico sintió que enrojecía hasta las orejas y, rápidamente, negó con su cabeza.

—¡No es eso! Solo... Solo quería hablar con alguien para que me aconseje y, creo que, en esta situación, tu eres la más indicada— murmuro sincerándose a fondo. La nación elevo una de sus delineadas cejas, sorprendida. Jamás hubiera esperado algo así de parte del estadounidense. Chasqueo su lengua y observo a ambos lados de la calle.

—Muy bien, pasa— y, diciendo esto, se corrió, dejando la entrada libre. Con el corazón en la mano, paso a la fría y oscura galería, resguardada de todo rayo de sol. A veces, Mexico le hacía dar miedo, bueno, en realidad muchas veces. La chica, sin decir nada mas, comenzó a alejarse, haciendo que el mayor, por inercia, y espanto, la siguiera. La cocina no resulto ser como él esperaba. No había tarros con partes humanas flotando, ni un caldero hirviendo, ni un gato negro maullando terriblemente. No, de hecho era un espacio luminoso y con aroma a miel. Muy hogareño se podría decir.

Tomo asiento en la silla, mientras que la muchacha preparaba café. Sentía sus piernas temblar, al igual que todo su ser.

—¿Y bien? ¿Qué es lo que querías hablar?— le pregunto la morena, mientras le dejaba una taza al frente de el. No era una mujer de rodeos, eso era lo que, tal vez, más le gustaba de Iztel. Tomo un sorbo de su bebida y desvió sus ojos hacia la ventana. Podía sentir la mirada de la nación, acribillándolo.

—Puede que sea padre— largo de sopetón. Puso escuchar como ella carraspeaba,. Pero no tuvo el valor de mirarlo.

—¿Escuche bien?

—En realidad no sé si es mío— susurro, pasando a mirar el café de su tasa. El silencio sopeso en ellos por unos cuantos minutos. La chica se acomodo en su asiento y tomo un poco de su bebida.

¿Daddy? (Hetalia x Lectora)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora