24. Who the fuck is Gerard Way?

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Parte I

Había un par de cosas de las que me arrepentía cuando desperté en una sucia habitación de motel un par de días después de salir de la casa de Gerard.

Lo primero en mi lista era haberme dejado el teléfono junto con la agenda de todos mis contactos. También me arrepiento de no haber cogido más comida o algo de dinero en efectivo.
Todo lo que tenía hasta ahora era una mochila con poca ropa y la tarjeta de crédito que me había facilitado Gerard para emergencias.

Supongo que esta situación se incluye en el término "emergencia".

He alquilado esta asquerosa habitación para una semana, lamentablemente no tenía dinero para nada más. Los últimos días comí de la caridad de una de las vecinas de la zona, de la cual me había hecho bastante amigo. Nada especial, creedme. La anciana tenía la amabilidad de invitarme a comer un día de duro ayuno, y desde entonces le hago compañía cada tarde a cambio de un plato de sopa y un postre preparado por ella misma.

Hecho de menos a Gerard, ayer mi vecina preparó pastel de chocolate. Al principio sentí la voraz hambre, me habría comido la pastelería entera, pero luego del primer bocado una extraña sensación de culpa tomó las riendas de mi estómago. Tardé poco en correr al baño y vomitar el caldo de la comida y el cacho de pastel que a penas había ingerido.

Los ojos de la anciana se posaron sobre mí, estaba asustada, preocupada por mí, mientras yo, como cualquier otro cretino de mi especie, yacía en el suelo del baño, envuelto en mi propio vómito y desgracia, sollozando como un cachorro que acaba de perder a su mamá.

Hacía días que no me sentía así de mal, pero tampoco estaba bien. Por cierto tiempo quise fingir que podría salir adelante, pero mis ganas se han ido a pique. Empecé a desear ser herido, ser maltratado. Quería morir para sentir esa agonía, ese dolor que me demostraría que todavía sigo vivo. Pero vivir del mismo modo que respirar y comer comenzaba a carecer de sentido para un solitario andante como yo.

Por lo tanto hoy me dije basta, por que de perder la consciencia a terminar ingresado en una cama de hospital había menos de un paso, y lo sabía.
Otra cosa que sabía - porque por lo visto sé de muchas cosas - es que necesitaba hablar con Gerard.

No lo quise meditar demasiado porque si lo hacía iba a desquiciar mi alma y terminaría junto a los drogadictos que se pinchan heroína bajo el puente, y esa no era mi misión. Mi absoluto y único objetivo era ver a Gerard, decirle que siento ser un cobarde, que le quiero, le querré y... Y no sé qué más.

Ah sí!

...y que se aleje de mí, que soy menos sano que un Big Mac.

Volví al hotel y me duché, lavándome los dientes después. Por alguna razón esperaba poder besar al endemoniado de Gerard una última vez más, e ir con la boca apestando a vomito iba a resultar más que desagradable.
Me puse -dentro de lo peor imaginable- la mejor ropa que tenía y salí a la calle.

Mi motel quedaba algo lejos de la casa, así que luego de tomar dos autobuses y gastar mis últimos 5 dólares, bajé en la parada que tocaba. A partir de ahí seguí el rastro de las casas que ya conocía hasta llegar a la que era mi objetivo.

Iba a llamar al telefonillo que se encontraba junto a la puerta del jardín, pero una escena desvió mi atención:
Junto al árbol, en el césped, había un mantel de cuadros rojos, sobre el cual se encontraba un niño pequeño, rubios rizos y ojos claros. En sus manos tenía un osito de peluche y lo agitaba en sus manitad mientras reía hacia el inanimado objeto. Por si fuera poco, al lado de aquel divertido bebé se encontraba una mujer de amplias curvas, con un bonito vestido rojo y un largo, negro y perfectamente alisado pelo. Se situaba sentada en la misma manta que el pequeño y dócilmente le sonreía.

Y ambos no hacían nada más.

Solo sonreían.

En el mantel del jardín de la casa de Gerard.

What the fuck, Sir?

Llamé al timbre. Obviamente la primera en enterarse fue la mujer del jardín, ésta se volteó hacía a mí y tomando al rubio en brazos vino con una sonrisilla más que cordial.

"¿Busca a alguien?" preguntó ella, el niño me miraba con grandes, verdes y brillantes ojos. Torcí la mueca, sin querer sacar ningún tipo de conclusión precipitada.

"Busco a Gerard." Respondí con sencillez, viendo la verja abrirse ante mi persona, pasé sin ser invitado.

"¿Gerard?" Se sorprendió ella. "Parece que te has equivocado de casa, muchacho."

¿Muchacho dijo?

"Aquí no vive ningún Gerard, que yo sepa." Murmuró en añadido cuando notó que yo no me encontraba de mente presente.

Pero es que, si no está aquí, ¿dónde?

"¿Eres la nueva dueña de la casa?" Pregunté ahora más curioso, ella besó la frente del niño negando suavemente.

"Vivo aquí hace 7 años, heredamos la casa de la abuela de mi marido que en paz descanse." Explicó.

"Uh... Siento su perdida." Farfullé sin interés alguno. "Puede que me haya equivocado." Musité retirándome del jardín, volviendo a mirar la casa. El edificio era el mismo, era la misma calle y el mismo número, pero efectivamente la decoración había cambiado y la distribución del jardín también. Por no mencionar el parque para niños en miniatura que tenían allí montado.

Así que más perdido que antes, estaba a punto de irme, no sin antes voltearme a ver de nuevo a la mujer de oscuros ojos.

"Disculpe..." Hice un gesto con la mano y ella se volteó atenta. "¿Cómo se llamaba su marido?"

"Umm... Bert." Contestó con simpatía, el menor rió ante el nombre.

Bert...

Bueno, menos mal.

69 noches con Gerard Way [Frerard]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora