55. Te amo... y eso.

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Estaba temblando, mis piernas a penas podían moverse correctamente, pero lo hacían y la sensación era espantosa, como arrastrar masa muscular inerte. Trataba de caminar cada vez más rápido a medida que me acercaba a la puerta en el jardín frente a la robusta casa de mi madre, Gerard estaba terminando de ponerse su recientemente adquirida chaqueta de cuero, todavía junto al coche.

Dijo que me alcanzaría en poco.

Llamé a la puerta principal varias veces, golpeteando con rabia y nerviosismo la desgastada madera blanca con mis nudillos. Me volteé, encogiéndome de hombros al ver a mi pareja mirarme todavía desde lejos, nadie respondía mi llamado. Suspiré gruñendo por lo bajo, empujando la puerta por su manivela al notarla abierta, sorprendido. Era raro que mi madre no cerrará con llave, era el tipo de mujer precavida que no dejaría pasar una cosa así por alto. Recuerdo veces en mi temprana infancia cuando mamá se levantaba a las tres de la mañana para comprobar que todo acceso al hogar estuviera sellado, las pistolas de papá en su sitio y la alarma correctamente puesta y funcionando.

Unas décimas más nervioso de lo que ya estaba y un tanto más angustiado entré en la casa. "¿Mamá?" Alcé la voz, escuchando poco más que el silencio en contestación.
Un leve golpear de madera, un agónico chillido y el chirriante sonido de una cama vieja interceptó la calma del recinto.
"¡Mamá!" Grité enervado, abriendo la puerta del dormitorio de ella, viéndola completamente desnuda encima de un tipo que yacía en la cama de la misma forma, pero además con sus ojos vendados y una mordaza entre los dientes.
No le reconocí, pero me era familiar. Un hombre mayor, de unos cuarenta años, pelo oscuro, cortado justo por encima de las orejas y algo de barba decorando la parte inferior de su sudado rostro.
"Oh, joder, Frankie." Exclamó mi madre al percatarse de mi presencia, bajando del lomo de su amante y cubriéndose con las sábanas, sofocada aún.

"Esta es una de esas cosas que un hijo no debería ver, ¿por qué demonios no has cerrado la puerta?" Alcé los brazos molesto, dirigiéndole una frívola mirada al hombre tumbado en el lugar que un día ocupó mi padre. "¿Y quien es este cavernícola?" Musité frunciendo los labios, todavía aturdido por lo que acababa de ver. El tipo se alzó un poco y quitó su antifaz, mirándome alarmado.

"Bu-bueno, es-..." mi madre rodeó los ojos, sus mejillas rojas como un par de tomates en plena temporada.

Sentí la presencia de Gerard junto a mí, le miré de reojo en una fracción de segundo. "Es mi padre..." musitó en tono neutral, dejando el suave aroma de su colonia en el ambiente al voltearse y desaparecer. Miré a mi madre con odio.

"Gerard, espera." Enfaticé su nombre, corriendo detrás hasta alcanzarle junto a la salida. "Necesito una explicación." Tomé su mano, mirando a Gerard, pero la arrogancia en el tono y mis palabras iban dirigidas a mi madre, quien estaba parada en el umbral del salón, dándose efectivamente por aludida. "¿Hace cuanto, mamá?" Dije en un dolido hilo de voz, los verdes ojos de mi pareja ni la miraron. "¿Hace cuanto que estás con él?" Repetí rompiendo su silencio.

"Un-un par de semanas." Murmuró de manera revuelta, haciendo suplicantes muecas que creyó servían de excusa. "Escucha, hijo..." se acercó hasta nosotros con cautela. "Es complicado, ¿vale?" Susurró hacía a Gerard, entonces noté el par de miradas sospechosas que intercambiaron. "Me sentía sola y-...mhm." Bajó la cabeza.

"¿Tú lo sabías?" Miré al mayor, quien negó al momento.

"Te lo habría dicho, además, ¿no pensarás que me parece bien, no?" Farfulló algo molesto, sin embargo, y bajo aquellas espesas cejas pude detectar la fantasmal burla de la verde mirada, pidiéndome a la vez que nos fuéramos de allí.

"Bien." Gruñí, mirando a mi madre. "Esto tiene que acabar, Gerard es mi novio y tú... no puedes tirarte a su padre, ¡maldita sea!" Chillé, haciendo formar lágrimas en sus ojos, pero no me importó, ella era la única culpable. "De todos los hombres del puñetero planeta, ¿por qué Donald?" Pregunté acercándome un poco, atento para pronunciar cada sílaba con la rabia que merecía.

69 noches con Gerard Way [Frerard]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora