4: Incógnitas

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Ellie

No puedo mantenerme tranquila, su presencia me pone nerviosa, y no es porque sea un pervertido, sé lidiar con esos, pero su comportamiento rebelde, su forma de expresarse es... no sé cómo describirla y eso me pone más inquieta que no saber qué hacer en esta situación.

¿Firmar un contrato? No. ¿Cómo confiar? Es un estafador, y aún no sé en qué engañó a mi padre.

―Básicamente, al cerrar este trato, tú me estarías dando un poder para representarte en el "negocio" de tu familia, a cambio de protección. Si yo no cumplo con lo pactado, el pacto se rompe. Aunque de igual forma, puedes revocarlo cuando tú desees. Como ves... ―Jayce señala el papel que me acaba de dar―. No hay ninguna trampa, incluso está hecho exclusivamente por un notario, legal y confidencial. No hay nada de qué preocuparse.

―Pues yo... prefiero que lo mire un abogado ―exclamo observando todo con minucioso detalle sin fiarme de nada―. Toma. ―Intento devolvérselo.

Sonríe

―Ya te lo dije, más tardes, más peligroso será, pero si quieres te consigo un abogado. ―No la agarra―. Quédatelo.

Bajo la mano y suspiro.

―No necesito que me consigas uno, yo misma lo haré. ―Me levanto del sillón y él hace lo mismo―. Quiero irme.

―Por supuesto.

―¡¡Jayce!! ―Oigo una voz femenina por un pasillo y me giro―. ¡¡Eres un idiota!! ―Una pelirroja aparece y se nota furiosa―. ¡¿Cómo que salir por la puerta trasera?! ¡Esto es indignación y encima cruzarme con tu estúpido primo! ―Se detiene y me mira de arriba abajo―. ¡¿Por esta rarita?! Qué absurdo.

¿Rarita? No es mi culpa que ella se vista de forma provocadora y yo sea más reservada. ¿Qué le pasa a esta chica? Encima de soportar a un pervertido, ahora tengo que aguantar a una loca.

―Discúlpenme, pero yo me estaba yendo. ―Ignoro la situación y camino hasta la puerta―. ¿Me abres la puerta o le pido al mayordomo? ―le pregunto a Jayce.

Él sonríe.

―Te llevo a tu casa.

―No, gracias ―digo directo y cortante.

―Pero... ―Hace puchero, pero es detenido.

―¡Jayce, te estoy hablando! ―lo interrumpe la pelirroja―. Es la segunda vez en el día que me ignoras ―se queja. Luego me mira con odio―. Por tu culpa, perra.

¡¿Se la agarra conmigo?! ¡¿Y yo qué le hice?!

―Discúlpame, pero me estás faltando el respeto y yo no te conozco ―le aclaro, tranquilamente.

―Y no me quieres conocer ―dice a manera de amenaza.

―Adelaida, tú te me calmas ―aclara el castaño, frunciendo el ceño y la señala, luego a mí―. Y de ti... ―Sonríe cuando me mira―. No voy a aceptar un no por respuesta. ―Agarra mi muñeca y abre la puerta para salir ambos, dejando a la otra gritando detrás.

Subimos a su auto y me lleva hasta mi casa. ¡Ah! Me acabo de dejar manipular. Maldita sea. Bajo del vehículo cuando estaciona, así que me persigue. Me detengo antes de abrir la puerta, entonces me giro.

―¿Me vas a seguir todo el día? ―pregunto nerviosa.

―Solo me aseguro de tu bienestar. ―Continúa sonriendo, especialmente lo hace cuando me mira.

Perversa Oscuridad: Orígenes [#6]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora