23: Autocontrol

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Ellie

Hace 4 años...

No sabía que mi corazón llevaba oscuridad hasta que conocí a Sebastián y a...

Su gemelo.

No tenía a quién acudir, era la única persona en la que podía confiar y aunque era un horrible monstruo, era él, mi padre al único que le podía decir.

Papá reía mientras yo sollozaba por lo que había hecho.

―Me sacaste un problema del medio, estoy tan orgulloso. ―Se detuvo, se giró a mirarme―. ¿Por qué esa cara? A fin de cuentas, te vengaste y eso es lo importante. ―Se acercó hasta mí y me levantó el rostro para que lo viese―. Deja de llorar, mi princesa, ese hombre no merece tus lágrimas.

―No soy como tú, no quiero ser como tú.

―Eso díselo a tu chico, no a mí, él se llevó la peor parte. ―Volvió a reír―. Además, ya te expliqué, que si no quieres entrar a este mundo de mafia, a mi rubro, yo no te voy a obligar, hija, esa es tu elección. ―Soltó mi rostro y camino hacia la mesa, a servirse un poco de vino―. Pero me pone muy contento. ―Alzó la copa―. Hay que brindar, sabía que tenías sangre Divine en las venas. ¡Salud! Por esta Ellie renovada. ―Se lo tomó todo de una sola vez y nuevamente volvió a reír.

Necesito autocontrol...

No debe haber próxima vez.

No puedo dejar que mi padre se regocije de mi desgracia...

Nunca más.

Lo juro, nunca más me volveré a enamorar.

Actualidad...

Autocontrol es lo que no tengo en este mismo instante, presiono el cuchillo en mi mano con fuerza y... uno, de nuevo, dos, otra vez, tres, clavo en el colchón el cuchillo de la cama de mi casa.

Sí, la de mi casa.

Cuando volví del crucero, mis celos fueron en aumento, esos que no puedo controlar. Quien no me conoce, no sabe que yo cuando me obsesiono con algo, tengo arranques de rabia, me siento psicótica, herencia de mi padre. Hace mucho que no me pasa esto, soy una dama, necesito autocontrol y Jayce lo destruyó por completo.

―¡Ah! Te odio, te odio, te odio ―repito mientras rasgo las sábanas una y otra vez.

―Por favor, Ellie, detente ―pide mi madre, asustada, mirando como rompo mi cama.

Paro y respiro agitada. Estoy loca. Voy a tener que volver a tomar mis pastillas. Toco la cicatriz de mi cuello y me pongo a llorar.

―Sebastián, eres un hijo de puta... desgraciado, malnacido, y tú, Jayce, eres peor. ¡Te odio! ―Doy la última clavada del cuchillo en la cama y lo dejo incrustado ahí. Continúo sollozando―. Te odio... ―Abrazo las sábanas destruidas―. Papá... papá...

Necesito autocontrol, volver a ser una dama.

Papá debería estar aquí para arreglarlo, el desgraciado debería estar vivo, maldito infeliz.

Él le cortaría al pene a Jayce Markov, lo mataría fría y dolorosamente. Ni una hebra de ese hermoso pelo castaño le quedaría, le sacaría los ojos y lo obligaría a comérselos, por solo haberme mirado. Desgarraría sus brazos, sus piernas y no quedaría nada de ese bello cuerpo tonificado, papá lo haría sufrir.

Y yo lo maté, yo maté a papá, no debí matarlo.

Me levanto de la cama, me refriego los ojos y acomodo mi vestido. Camino ignorando a mi mamá, que me mira con preocupación, pero todavía está con Rockefelle y eso me enerva. No estoy de ánimo para lidiar con ello tampoco. Paso por al lado del living y el maldito rubio me sonríe desde allí, levantando una copa. Entrecierro los ojos, pero a él también lo ignoro.

―Hija, ¿a dónde vas? ―Mi madre me detiene en la puerta, con preocupación―. ¿Dónde te estás quedando? No puedo verte así. ¿Te hizo algo Markov? Sé que viniste solo para desquitar tu rabia, pero no puedes ir por ahí con ese dolor dentro, puedes contarme lo que sea. ―Agarra mis manos y me sonríe.

―Lo siento. ―Suspiro―. Sigo en lo de Jayce, aunque estoy planeando irme de allí. Estaré unos días en lo de Estefanía. ―Miro un segundo a Ronald, que escucha desde el sillón con una sonrisa la conversación, luego vuelvo a observar a mi madre―. Después iré a un hotel, para no traerle problemas a ella.

―¿Pero te hizo algo? ―insiste―. Sé que no es la mejor persona, pero como necesitas que alguien te proteja... no sé, por eso te pregunto.

―Quizás podrías contratar a alguien y así rompes el contrato con él, un guardaespaldas o algo así. ―Escucho la sugerencia de Rockefelle y se me hinca la vena del odio, aunque si lo pienso, no es mala idea―. Puedo recomendarte a alguien ―sugiere y ahora lo veo, apoyado en el borde de la puerta del living.

Sonrío molesta.

―Gracias por la recomendación, pero no la necesito. ―Vuelvo a ver a mi madre―. Ya me voy ―la saludo, cordialmente, y me retiro.

Camino tranquila hasta llegar a la casa de Jayce y abro la puerta con la llave que me dio Chris. Cuando cierro, observo una de las escenas que vienen repitiéndose hace días.

―Hola, Adelaida ―le digo, sonriendo de manera cínica a la pelirroja, que está sobre el imbécil de mi protector, en el sillón del living.

―Hola, rarita. ―Se me ríe en la cara, mientras Jayce ignora la conversación y enciende un cigarrillo.

―¿Parece que te diviertes? ―Lo miro a él.

El castaño sonríe.

―No pierdo oportunidad de atender mi pene. ―Agarra la cintura de la maldita―. Y mientras sean permisivas, no tengo nada de que quejarme.

La pelirroja se ríe, nuevamente, y yo presiono los dientes.

―Con permiso. ―Dejo de mirar esa escena absurda y me retiro.

Qué asco me dan... autocontrol... autocontrol...

Entro a la habitación de huéspedes y comienzo a armar un bolso. Mi celular suena, así que me detengo, el número es desconocido, pero igual atiendo.

―Te vi entrar, hace un rato a lo de Markov. ―La voz me suena, pero no sé de quién es, la habré escuchado pocas veces.

―¿Quién habla? ―Frunzo el ceño.

―Algunos me conocen como Paul, otros como Nok, el que prefieras. ―Oigo su risa.

El que mandó a secuestrar a Estefanía la otra vez.

―¿Qué quieres?

―Empezamos con la mano izquierda, no debí causar lo que hice, ¿me darías una nueva oportunidad? Creo que usted y yo tenemos muchas cosas de las que podemos hablar. Es más, tengo hasta el deseo de ayudarla en lo que quiera, ¿qué le parece?

―¿En lo que quiera? ―Me lo pienso.

―Sí, lo que quieras.

Sonrío.

―¿Cuándo nos vemos?

―Cuando gustes, ahora mismo estoy estacionado en frente de la casa. ¿Qué le parecería charlar y tomarnos un café?

―Me parece excelente. ―Dejo el bolso y agarro mi cartera―. Espéreme ahí, voy para allá.

¿Dónde está mi autocontrol? Ya no lo sé, quizás lo perdí. 

Perversa Oscuridad: Orígenes [#6]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora