Capítulo 18:"Historia de una pequeña curandera"

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Melphy llevaba un rato callada, en silencio, aunando retazos de una historia pasada para no dejar tinta sin papel. Viento hacía tiempo mirando algunos insectos corretear entre la maleza y siguiendo con el dedo el rítmico sonido de la canción de taberna que entonaban Isaac y Connor con claros signos de borrachera. Finalmente, Melphy terminó su meditación:

-Está bien, creo que puedo darte un resumen digno de ser plasmado en papel. Pero te lo advierto, quiero que las cosas se escriban tal y como yo las vaya dictando. Ni una coma, ni un insulto, ni una descripción será cambiada. Te recuerdo que el papel que ahora sujetas es para mi, y como tal, quiero ser yo quien lo cuente. ¿Queda claro?

Viento hizo una torpe reverencia con la cabeza:

-Cristalino. 

-Bien. ¿Tienes suficiente luz?

Viento asintió:

-Veo bien en la oscuridad. 

-Vale... ¿El apoyo es malo?

-Estoy perfectamente apoyado, no te preocupes. 

Melphy movía las manos inquieta:

-Vale... Empecemos. 

Viento apoyó la pluma sobre el papel, y se quedó quieto, esperando las primeras palabras de Melphylia. Esta vaciló unos instantes, pero no tardó en arrancar con confianza:

"El primer recuerdo que tengo es en una cabaña de madera. No era muy grande, la madera estaba gastada, había goteras y los tablones chirriaban, pero era acogedora. Una pequeña cabaña de madera en la que vivía un hombre mayor. A veces olvido su nombre, pero suspiro aliviada cuando vuelvo a recordarlo tras mucho reflexionar. No quiero que personas como él caigan en el olvido, ya que por personas como él puedo estar hoy aquí contándote esto. ¿Su nombre?, Villem Cross. No recuerdo cómo llegué hasta su cabaña, es demasiado anterior a lo que puedo recordar, pero nunca me sentí como un sobrante. Aún, a duras penas, puedo recordar esos ojos arrugados y ancianos, esa sonrisa temblorosa, que incluso en el día más aciago de cosecha, levantaba el ánimo. Su canosa cabellera, que empezaba a escasear tanto por delante como por detrás. Ese andar lento, debido a su avanzada edad. Y su bastón, inseparable compañero de viaje y permanente apoyo. Un hermoso bastón de caoba pulida rematado en una bola de mármol blanca como la luna que hoy brilla. Villem nunca me habló de mis padres, y cada vez que preguntaba por ellos siempre me respondía:

"Tus padres están de viaje, un viaje muy largo, y tardarán en volver"

Villem era un ex-soldado de una guerra que acabó hace muchos años, y simplemente se dedicaba a esperar sentado en la orilla de la muerte, aguardando su hora entre montañas y sosegada paz. Vivía solo hasta que yo llegué, y deduje que veía en mi la imágen de la hija que nunca tuvo. Él fue quien me puso el nombre que hoy luzco con orgullo que, adivina de donde salió.Si, de una planta correcto.  Y aquí están mis raíces, entre las raíces de cientos de plantas. Villem dejó el ejército por voluntad propia para dedicarse al cultivo de hortalizas y la cría de ganado. Y allí, un día frío y nublado de una mañana incierta, mientras ayudaba a Villem a recoger la última colecta de puerros, la vi. Pequeña y asustada, pero  bella e impaciente: Una Melphylia Roja. ¿Sabes lo que es una melphylia roja?, estoy sorprendida. Es una pequeña flor de pétalos pequeños y rojizos que se utiliza para el tratamiento de migraña:

-¿Qué es?

Villem sacó con dificultad el último puerro, jadeante. Me miró y se acercó despacio y cojeando. Se limpió el sudor de la frente  mientras sus ojos grisáceos examinaban el suelo:

-Ah, pero mira lo que ha venido a visitarnos. Te presento a una nuestra amiga melphylia roja, se gentil con ella. 

Melphylia, el nombre de la primera flor que vi en lo que llevaba en mi corta vida. Villem tuvo la genial idea de ponerme su nombre, más tarde yo tomé el apellido de Villem como mi propio apellido. Así nació Melphylia Cross, una sombra de lo que hoy sería yo, un brote casi apenas visible por encima de la hojarasca otoñal. Este fue el comienzo de un hambre voraz, adicta al conocimiento natural sobre herboristería y medicina. Calculo que apenas tendría cuatro años, pero me impulsaba la frenética curiosidad de un erudito. Así comenzaron mis excursiones a la montaña con Villem, si, esas dichosas excursiones. Mis cortas piernas se fatigaban con rapidez, pero Villem tenía un problema aún mayor, su salud. Aún así aguantaba los embates del dolor de unos huesos con demasiados recuerdos con una sonrisa en su rostro perlado de sudor. Yo sabía que le dolía subir aquellas empinadas cuestas, que la espalda amenazaba con quebrar su sonrisa con un grito de agonía, pero él siempre insistía en viajar, en subir a aquel sitio, aquel retazo de un paraíso entre rocas y montañas. Él solía llamarla "La pradera arcoiris", no se me ocurre un nombre mejor. Una pequeña pradera en lo alto de una muela entre dos montañas abismales. Una pequeña pradera donde demasiados colores teñían un manto de miles de flores diferentes, que se arremolinaban entorno a manantiales humeantes que burbujeaban con blanca espuma:

El Bosque EternoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora