Capítulo 48:"Evan"

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-Abre los ojos Viento, ¿qué ves?

La voz de Evan resuena en el eco de los pensamientos de Viento:

-Veo un pueblo, un pueblo abandonado. Sin gente, sin animales, sin nada. 

Ante los ojos de Viento aparece un pueblo pequeño de casas de piedra. Las puertas están tiradas, hay marcas de huellas en la tierra fresca, tanto de animales como de personas: Se han ido todos. Lo primero que Viento nota es la ausencia de árboles, no están en el bosque, si no en un pueblo en mitad de una pradera verde de basta longitud sembrada. Intenta mirar hacia otro lado, pero pronto se da cuenta de que no son sus ojos, si no los de Evan a través de los que está mirando. Una extraña sensación invadía su cuerpo, puesto que podía sentir la brisa sobre su piel, el calor del sol, el olor del polen de la primavera, el peso de su cuerpo. "¿Son sus recuerdos?" Pensó para sí mismo:

-Un paisaje familiar, ¿no? No existen muchas cosas que infundan tanto terror al corazón de las personas como el bosque. ¿Esperabas ver a cientos de hermosos ángeles en una ciudad en los cielos rodeada de nubes? Lo siento, pero es aquí donde empiezan mis recuerdos, en este pueblo abandonado y dejado de lado. No, no es casualidad que no pueda recordar más atrás de esto, pero no me adelantaré a los sucesos. 

La visión de Viento comienza a volverse borrosa. Evan está llorando cuando se mira las manos, unas manos pequeñas . Apenas alcanza a ver la ropa que lleva, ropa desgastada y hecha jirones. Busca por todos lados, pero no ve a nadie. Entonces alguien sale de una casa a toda prisa, cargando varios sacos pesados. Evan intenta decirle algo, pero el hombre parece no oírle o no quiere oírle, y desaparece entre dos casas mientras huye a toda prisa:

-Solo, sin saber qué ocurre, en mitad de la nada. Apenas era un niño, un niño en mitad de un mundo tan cómico como hostil. A los ángeles se nos considera niños hasta los sesenta años, y aquí apenas tengo veinte. Sin alas, sin voz, sin recuerdos, sin compañía... 

Entonces Evan se frota las lágrimas de los ojos y empieza a caminar. Siente la cabeza pesada y la vista nublada. Mira en todas las casas, pero todas ellas están ya abandonadas, son sólo cascarones vacíos. Intenta gritar, pero de su garganta no salen palabras ningunas:

-¿Qué crees que hice?

Viento trataba de soportar la angustia, el miedo y la incertidumbre que comprimían su pecho. Todo era tan real, estaba tan sumergido dentro de Evan, que casi olvidó que estaba sentado en una fragua en mitad del bosque eterno. Se le olvidó responder, pero Evan no necesitó respuesta alguna:

-Caminé, lo único que sabía con certeza que podía hacer bien. Caminé y me alejé del pueblo, caminé por la pradera, olisqueando las amapolas, las margaritas, los claveles, el prado moteado con miles de colores vivos de primavera... Caminé, devorando el paisaje con la mirada, haciendo mio todo lo que veía, pues era la primera vez que veía algo en mi vida. Aún recuerdo ese paisaje, el primer paisaje, mi primer paisaje. 

Entonces los recuerdos de Evan saltaron a un basto prado de flores que se extendía hasta donde alcanzaba  la vista. Era un prado precioso, colorido, la primavera había llegado generosa regalando miles de hermosas flores. Evan las contempló durante casi una hora, inmóvil, subido a una pequeña roca para no perder detalle en la lejanía. Viento se sintió bien, sintió que el dolor de la soledad era un poco más soportable si podía dejarlo correr entre las flores:

-Apenas llevaba un par de horas vivo y ya me había enamorado. Supongo que no es exagerado decir que ver ese paisaje salvó a una parte de mi. No muy grande, pero si a una pequeña parte. Me ayudó a calmarme cuando todo parecía extraño y violento, pude respirar con tranquilidad y me permitió secar mis ojos llorosos. 

El Bosque EternoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora