Capítulo 45:"Calma durmiente"

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El papel doblado que había traído Layla contenía más de cincuenta  nombres escritos de forma apresurada en carboncillo: La Compañía del Cuervo, la Compañía del Acero, la Compañía Gris, la Compañía Dentada... También cabía destacar la participación de los grupos independientes entre los que figuraban los mercenarios de distintas ciudades y pueblos. También había caza recompensas y hombres de gran reconocimiento. Había muchos, demasiados, y la reunión era en apenas dos días:

-Nunca imaginé que Narve tuviera tanto poder... -Dijo Auro mientras leía la carta a la luz de una vela sentado frente a una mesa de madera. 

Layla estaba sentada en la cama con las piernas cruzadas y descalza, con la luz de la luna entrando por la ventana abierta, rozando su silueta, bañándola de luz blanquecina. Miraba de hito en hito el pastel de crema con las velas a pagadas:

-No es difícil tenerlo en el bosque, sólo necesitas dinero. 

-El dinero es poder, encanto. ¿Dónde está el jefe? Ya es muy tarde... -Dice Auro antes de de volver a plegar el papel con  los nombres. Layla, que había recuperado la picardía y el habla alegre se encogió de hombros:

-En alguna taberna bebiendo hasta dejar sin cerveza al tabernero. 

-¿Te has escaqueado? 

Layla arqueó una ceja.  Se pasó una mano por su cabello corto y rubio a la luz de la luna mientras compuso una sonrisa pícara:

-Le he dicho que iba a dar un paseo. No creo que se haya dado cuenta de que no estoy con él. 

-Mimas demasiado al jefe. Algún día te matará en uno de sus juegos, puedo ver tus cardenales desde aquí. 

La expresión alegre y jovial de Layla se suavizó un tanto. Encogió las rodillas y se abrazó a ellas, apoyando la barbilla en estas:

-El amor es cruel, y el es muy cruel a veces. 

Auro se puso en pie y se acercó a Layla, besándole la frente con una sonrisa:

-No estás enamorada, sólo estás obsesionada con un hombre que no te conviene. Me marcho. 

-¿Ahora?

Auro agitó el papel doblado a la vista de Layla mientras cogía sus dos espadas cortas:

-Tengo los nombres, y el tiempo apremia. Iré a dar una cálida bienvenida a nuestros compañeros de cacería. 

Layla también sonrió, una preciosa sonrisa que enmudeció a la luna:

-Auro, no mueras. 

-Tendré cuidado por los dos. 

Y se fue dando un suave portazo. Pero Layla tenía un mal presentimiento, un presentimiento que se había aferrado a su pecho y no la dejaba respirar. Miró a Viento, que dormía con los ojos cerrados sobre la cama:

-Once años... Aún eres muy joven. 

La taberna ya está vacía. Ya no suena el tintinear de cristal golpeando con cristal en mitad de un brindis de media noche. Ya no suenan risas ni insultos, ya no friega vómito del suelo el tabernero riéndose y maldiciendo a los responsables. Ya no suena el arrastrar de las sillas, la cerveza correr por las mesas ni los chistes de borrachos. Todo se ha quedado extrañamente vacío, un vacío que rompe un sólo hombre con una conversación calmada y en voz baja, tan baja que parece casi un susurro: 

-... Irme cuanto antes... -Dice Arnold mirando la barra con gesto serio. 

El tabernero, un hombre mayor y bien vestido con un traje de seda ajustado, negro como la noche. Pelo cano por la edad, y el rostro marcado de arrugas con demasiada experiencia. Unos ojos ancianos, que han visto muchas cosas y que han callado aún más cosas. Se mueve con seguridad de un lado para otro de la barra bajo el brillo parpadeante de las velas, limpiando la escasa suciedad que pudiera quedar en esta:

El Bosque EternoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora