Capítulo 70:"Bichos raros"

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Tuvo que llenar la mochila con paja para que el vidrio de las botellas no hiciera ruido al chocar entre ellas. Tuvo que avanzar de cuclillas y en completo silencio entre las calles para no ser visto. Viento nunca le preguntó a Gabriel cual era el castigo por salir de noche mientras los encapuchados peregrinaban, pero al tratarse de un tema delicado podía imaginarse cual sería la respuesta. Los encapuchados eran seres altos, otros bajos, algunos anchos de espalda. Algunos caminaban arrastrando los pies, pero incluso así no hacían el mínimo ruido. Viento se escondió entre dos barriles para dejar pasar a un grupo de media docena de ellos. Sus rostros estaban totalmente envueltos en sombras incluso cuando pasaban por delante de algún farol. Su aliento era gélido y olían a muerte. Ni siquiera la luz de los faroles que llevaban en las manos revelaba un ápice de sus rostros. De tanto en cuando alguno de ellos susurraba algo en una voz tan baja y siseante que apenas se entendía. "¿Qué dirán?". 

Con las piernas doloridas y con el corazón apunto de salir por su boca, Viento consiguió llegar a un callejón desde el que trepar de forma segura hasta los tejados de nuevo. Allí arriba se sintió mucho más seguro. Se regaló unos segundos para descansar y respirar antes de acomodarse la mochila en la espalda y ponerse en marcha.

Pese a que había memorizado la ruta y los lugares le tomó más tiempo del que tenía pensado. Aún así logró llegar a un tejado plano de pizarra bastante espacioso. Se descolgó por una de las paredes del edificio apoyándose en los alféizares de las ventanas con sumo cuidado, pues el peso extra de la mochila hacía que aquella tarea resultara mucho más peligrosa. Llegó hasta la calle y se acercó a la puerta del edificio al asegurarse de que no venía nadie. La puerta estaba abierta, como todas. Se abrió sin hacer ruido y Viento se coló en el interior, cerrando la puerta detrás de él.

Dentro estaba oscuro y olía a cuero. Viento se metió la mano en el bolsillo y sacó una vela pequeña que había cogido de la casa de Gabriel antes de salir por la ventana. Expandió su aura lo justo para envolver la mecha y empujó con suavidad, pues no quería consumir toda la cuerda de golpe. Entonces un pequeño punto de luz rompió la oscuridad de la estancia al prender la vela, iluminando docenas de estanterías llenas de libros viejos: La biblioteca. Viento sólo había entrado allí una vez cuando Gabriel quería un libro de gramática simple para comenzar a estudiar, pero le sobró tiempo para saber que el dueño de aquel sitio le caía bastante mal. Era una persona arisca y nada agradable. Paseó entre las estanterías durante un momento buscando el lugar adecuado. Cuando lo encontró se descolgó la mochila y se arrodilló en el suelo al tiempo que abría la mochila. Sacó con cuidado una de las botellas verdosas de "Hacedora de Viudas" y lo dejó en el suelo. La botella arrancó destellos verdosos cuando la luz de la vela atravesó el cristal de esta. Entonces Viento emitió un ligero silbido y un grillo salió de su manga y saltó al suelo. El grillo movió las antenas y se subió a la botella:

-Canta para mi, pequeño... -Dijo Viento en voz baja. 

El grillo empezó a emitir un suave sonido relajante que recordaba a las noches de verano en Einsberg. Viento asintió complacido, cerró la mochila y se la colgó de la espalda de nuevo: 

-Uno menos. Quedan cuatro. 

Salió por la puerta y volvió a trepar hacia los tejados desde los que se movió con velocidad. 

El segundo destino era una serrería que estaba cerca de la biblioteca. El camino fue un poco más peligroso pues algunos tejados estaban demasiado lejos como para llegar saltando y había que avanzar por el suelo. Aún así consiguió llegar hasta la puerta de la serrería sin sobresaltos y entró por la puerta. Dentro olía a barniz y a serrín recién cortado. Una enorme sierra circular de hierro con enormes dientes descansaba colgada de la pared. Utensilios para tratar la madera estaban desparramados sobre una enorme mesa ancha y todo el suelo estaba lleno de serrín y astillas. En una esquina había troncos a medio cortar y apilados a un lado había un montón de tablas cortadas a medidas. Viento buscó un buen lugar donde dejar la botella, pero  no tardó en encontrarlo: Junto a un montón de serrín al pie de una de las mesas cerca de los leños a medio cortar. Se arrodilló y dejó la botella en el suelo al igual que había hecho antes. Otro grillo salió de su manga y Viento lo depositó con cuidado sobre el tapón de la botella:

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