Capítulo 2:"En el lugar donde moran los sueños lejanos"

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"Allí, en el lugar donde moran los sueños lejanos. Donde nacen y mueren las leyendas. Donde los cuentos tienen su cuna, donde los cánticos tienen su lira. Es allí donde se esconden todos los temores, donde vuelan las ideas perdidas. Donde todo comienza. Donde todo termina."

La estrofa de un viejo poema que hablaba del bosque eterno se repetía una y otra vez como el eco entre las altas montañas. ¿Estoy muerto?¿Estoy perdido?. Siento la cabeza flotar entre las nubes, siento  una cálida respiración, siento una tenue brisa acariciando mi piel. Ahora se que no estoy muerto: "Vamos, abre los ojos... Ábrelos, y contempla todo lo que te rodea". 

El cántico de los pájaros saca a Viento de su letargo. Ha amanecido, y yace tirado sobre la densa hierba mirando al cielo. Inconscientemente acaricia las briznas que se escapan entre sus dedos. Aún está algo mareado, y deja que la luz de la mañana caliente sus huesos. De pronto una idea sale a flote en un mar de dudas:

-El deseo...

Se palpa la ropa pero no encuentra nada. Alarmado se pone en pié y no tarda en encontrarlo. El frasco de cristal transparente está tirado sobre la hierba no muy lejos de allí. Por primera vez Viento se percató de donde estaba. Una inmensidad de árboles hermosos se extendía ante él, nada que ver con el paisaje terrorífico de la pasada noche. La luz verdosa llena todo el lugar con un abrazo suave. Pero Viento comienza a tener un terrible sentimiento de peligro y corre a esconderse en unos arbustos altos cercanos. No sabe por qué corre, pero siente que si no huye pasará algo malo. Cae a la carrera entre las plantas y trata de controlar su respiración agitada, entre las hojas puede ver no muy lejos de allí el lugar en el que se encontraba tirado hacía unos instantes. De pronto, dos siluetas muy grandes aparecieron en su campo de visión. Se trataba de dos hombres increíblemente altos y con los brazos muy largos. Iban medio desnudos, de no ser por una pequeña prenda de tela que colgaba de su cintura. Iban con la piel pálida como la luna, y tenían una mirada completamente en blanco. Las cabezas totalmente rapadas y en la mano derecha llevaban una guadaña oxidada:

-No... 

Uno de ellos olisqueó el aire y cogió algo del suelo. La flauta de madera de Rom. Viento seguía paralizado por el miedo. Aquellos seres altos y delgados debían de medir tres metros cada uno, y sentía que si era descubierto, lo abrirían con esas enormes guadañas. Sisearon al unísono antes de empezar a registrar la zona. Se movían de forma irregular, tambaleándose a cada paso que daban entre la hierba. Cortaban la densa vegetación del suelo con sus guadañas mientras se acercaban peligrosamente a la posición de Viento. Podía sentir el aire que desprendían sus hojas al segar la hierba cada vez más cerca. Viento veía muy cerca a las enormes figuras pálidas que en pocos segundos lo encontrarían. De pronto una mano tapó su boca:

-Shhh... Sígueme. 

Alguien lo cogió del brazo y lo sacó de los arbustos a toda prisa. Las dos figuras pálidas los vieron alejarse y comenzaron su persecución. Pese a ser toscos, sus movimientos estaban increíblemente compenetrados y avanzaban con velocidad sobrehumana. La figura que arrastra a Viento salta en un hueco en el suelo entre dos raíces y se oculta entre las ramas. Los seres pálidos pasaron por encima y se perdieron en la lejanía. Viento jadeaba y tenía la cabeza apoyada sobre algo blando y cálido:

-¿Estás cómodo? 

Era una voz suave y fina. Al darse la vuelta cayó en la cuenta de que estaba apoyado en los pechos de una chica. Inmediatamente se retiró avergonzado, pero seguía temblando de miedo. La chica tenía el pelo rubio muy corto, por la nuca, y el flequillo recogido hacia atrás con una cuerda. Tenía los ojos azules. Si Viento no hubiera tenido tanto miedo, se habría dado cuenta de lo hermosa que era:

-No tan deprisa pequeño, aún nos están acechando.

La hermosa chica lucía una sonrisa confiada. Su rostro era muy infantil, no superaría la mayoría de edad. Su ropa estaba llena de remiendos y era en exceso corta, dejando ver su cuerpo torneado. Viento hizo un esfuerzo titánico para poder hablar aún jadeante:

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