Capítulo 72:"Al galope"

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Subir por las escaleras cargando con Ámbar a caballito fue peor de lo que jamás habría imaginado. La costilla rota le dolía cada vez que subía un peldaño, aún estaba atontado y tembloroso por la falta de calor, y sentía que si cerraba los ojos se quedaría dormido. Aún así sentir la calidez del cuerpo de Ámbar apoyada contra su espalda, sentir su respiración ir y venir, y sentir el cosquilleo de su pelo, ahora mucho más largo, en la nuca le daba fuerzas para continuar. Le había echado su capa sobre los hombros pues estaba desnuda. Estaba viva y estaba con él. ¿Qué más podía pedir?

Una vez arriba Viento recordó de la peor forma posible el frío que hacía dentro de la iglesia. Dio un pequeño salto para recolocar a Ámbar en su espalda y la costilla le dio un recordatorio. Cruzaron el pasillo central alfombrado dejando a sus espaldas el altar donde Viento había visto a Ámbar el primer día que llegó al hogar. Los bancos, alargados y vacíos parecían contener la respiración como vigías sin vida. Viento llegó a la enorme puerta de la entrada. Estaba abierta y se podía ver un fulgor anaranjado fuera. Olía a humo y madera quemada. Viento empujó la puerta con el hombro y ésta se abrió un poco más permitiendo ver lo que estaba pasando fuera:

-Por los dioses... ¿Esto lo has hecho tú?... -Preguntó Ámbar asombrada.

Viento también lo estaba. Le costaba creerlo, pero respondió:

-Sí, creo que sí.

El hogar ardía. No las cinco casas en las que Viento había colocado las botellas de alcohol, si no varias docenas. El fuego se había extendido como un enjambre hambriento y enormes columnas de humo negro flotaban en el aire. Las llamas se alzaban y el ambiente se estaba caldeando por momentos. En las calles los peregrinos permanecían inmóviles mirando el fuego sin comprender lo que estaba pasando. Para ellos la imagen de su hogar ardiendo era nueva y desconocida. Algunos vendedores salían de sus casas mirando las llamas y mirándose entre ellos. Viento atisbó a ver a uno de los gigantes entre dos casas arrancando trozos de madera en llamas de las paredes con sus propias manos y lanzándolos a casas que aún no estaban ardiendo. Gritos de confusión llenaron el aire. Era una escena maravillosa. Viento se habría quedado a verla toda la  noche con gusto si no hubiera tenido prisa. Un espectáculo así no se da todos los días. 

Bajó por las escaleras de la iglesia aprovechando la distracción e intentó correr todo lo rápido que pudo cargando con Ámbar. La conmoción era tal que, al pasar entre dos peregrinos encapuchados, estos ni siquiera se giraron para mirar a Viento. "No durará", pensó Viento. El humo se metía en la boca y en los ojos y  hacía que costara respirar.

Entre las casas el calor era insoportable y las chispas que saltaban de la madera quemada amenazaban con prender la ropa que llevaban. Un tablón de madera se derrumbó bajo su propio peso y cayó a un lado de la calle levantando una columna de humo y polvo. "Esto lo he provocado yo". Un vendedor oscuro salió de entre dos calles con el rostro crispado por la sorpresa y la rabia. Viento agachó la cabeza y pasó a su lado sin mirarlo. El vendedor oscuro gritó algo en su lengua, algo que le puso los pelos de punta. "No nos verán, no pueden vernos. Tienes cosas más importantes en las que fijarse". Pudo ver edificios que reconocía, edificios en los que había estado antes, casas donde había comprado pan y sangre para Gabriel. Ahora solo quedaba madera ardiente y escombros sin forma:

-¿Vintas?

Viento se detuvo en seco. Era la voz dura y grave de Ben, el herrero de brazos anchos y sonrisa atronadora que apareció detrás de él entre dos casas. Ahora su voz sonaba seria y aún más dura. Viento se giró y pudo ver una rabia contenida en sus ojos:

-¿A dónde vas, Vintas? ...-Dijo mirándolo de hito en hito-... ¿Y qué te ha pasado? Estás hecho un desastre. 

-Gabriel me ha dado una paliza por derramarle encima su copa de sangre... -Dijo de la forma más natural. 

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