Capítulo 62:"Palabras y... "

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Aún en la oscuridad fría y húmeda de las escaleras seguía dando vueltas a lo mismo. Matar a una persona era muy diferente de ver morir a una persona o abandonar a una persona. Había abandonado a un amigo que lo había tratado bien y le había dado la espalda. Ahora el peso de sus hombros amenazaba con hundirlo, pero lo más pesado era la imagen que cargaba en su cabeza. Alguien le dijo una vez que un recuerdo es como una hoguera: Vivirá mientras sigas alimentando el fuego, y mientras más lo alimentes más fuerte será. Sin embargo los malos recuerdos son como un incendio, pues crecen aunque no los alimentes, queman y devoran todo a su paso, y únicamente se detienen cuando ya no queda nada más que quemar. En ese momento Viento podía sentir todo el calor de un incendio desbocado por su cuerpo. La cabeza le palpitaba y le ardía la sien. En más de una ocasión se replanteó volver para intentar sacarlo de allí. Pero si lo hacía solo conseguiría que los mataran a los dos. "La casa de subastas... " Pensó cuando volvió a recordar lo que le había escrito Martins. "Van a subastar a Ámbar y después se la llevarán muy lejos" Aquello abría demasiadas preguntas: ¿Estará vigilada?¿Podré sacarla de aquí?¿Si la saco de aquí a dónde iremos?¿Estará bien?... Aún estaba dando vueltas a esta misma cuestión cuando atisbó un pequeño foco de luz titilante más arriba.

El altar con la enorme y pesada mesa de piedra apareció en su campo de visión junto con unos enormes cirios encendidos por los que se derramaba cera fundida desde la parte superior, que creaba finas líneas con relieve por toda la superficie cilíndrica del cirio. No debía de haber pasado mucho tiempo, pues aún no había nadie allí. La iglesia estaba vacía y los bancos alargados y sin dueño miraban hacia el altar desde las sombras. Viento se pasó por delante de los apuntes que estaban sobre la mesa de piedra escritos en un cuaderno. Eran unos apuntes con letra pulcra de Martins que hablaba sobre las diferentes señales de los vendedores oscuros y como encontrarlos. Pasó un par de páginas leyendo los títulos de los diferentes temas: Había venenos que se creían efectivos contra los vendedores oscuros, formas de ocultarte de ellos, algunas curiosidades sobre sus comportamientos en las noches de luna roja... Viento ya había leído aquel cuaderno un par de veces durante su estancia con Martins. Pasó un par de páginas más y luego de cuatro en cuatro. Quizá esperó encontrarse alguna señal, alguna ayuda, pero no la había. Dejó el cuaderno por la página por la que lo había encontrado, suspiró y se sentó en los escalones del altar con los codos apoyados en las rodillas. Con seguridad descubrirían la tapadera de Viento, había demasiadas cosas que no encajaban. Pero no lo apresarían tan pronto, quería confiar en que Gabriel le daría un margen para actuar. Tenía que sacar a Ámbar de aquel sitio lo antes posible, pero necesitaba información. 

Pasado un rato que se hizo eterno se abrió la pesada puerta por la que habían entrado Gabriel y Cedro. El rostro de Gabriel no habría sido menos desalentador si acabara de recibir una paliza. Tenía los hombros caídos y estaba un poco pálido, sus ojos habían perdido ese brillo característico, incluso parecía que habían perdido color. "Lo sabe" pensó Viento, y reprimió el impulso de echar a correr de allí y alejarse de todo. Cedro por su parte mantenía un semblante calmado, pero en sus ojos se reflejaba inquietud. Después de un rápido intercambio de palabras se despidieron con un gesto de cabeza y Cedro volvió a su asiento de respaldo alto. Gabriel se acercó a Viento, lo miró a los ojos y suspiró:

-Vamos a dar un paseo, lo necesito.

Viento obedeció sin quejarse y salieron de la iglesia. Durante un instante el frío invernal del exterior le pareció tan caluroso como un largo verano. Dentro de la iglesia hacia tanto frío que había tenido que guardar las manos bajo la capa por miedo a perder los dedos. Había aguantado el impulso de tiritar para no parecer débil ante el Guiador. Pero ahora los rayos de sol verdosos que entraban por las copas de los árboles eran casi como un regalo añorado.

Caminaron durante largo rato, en silencio, sin más conversación que sus pisadas rítmicas sobre el suelo asfaltado. Viento no hacia preguntas y Gabriel caminaba con la cabeza agachada. Viento perdió la cuenta de las veces que se mordió la lengua para no preguntar por la casa de subastas. Sabía cuándo debía hablar y cuando no, y ahora no era el momento. Gabriel dio un rodeo y terminaron en una parte del pueblo que le resultaba familiar: Los establos. El olor a estiércol y el sonido de cascos sobre tierra batida llenaban en ambiente. Una valla de madera de no más de un metro y medio delimitaba un recinto circular de tierra donde los caballos podían trotar. Gabriel se acercó a la valla y apoyó los codos:

El Bosque EternoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora