Capítulo 9:"Albor"

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Aún era de noche, aún se respiraba calma en la brisa tenue. Allí, en la granja del ya condenado pueblo de Eisberg, un chico de no más de diez años sostenía un pequeño libro. No... Más que un libro podría decirse que sostenía un relato. Tenía los ojos muy abiertos, pero no miraban nada. Tiene la cara mojada allí donde dos regueros de lágrimas habían surcado su rostro. No... Aún seguía llorando. ¿Por qué llora?. Hay una segunda persona, un hombre mayor que luce una cicatriz en su rostro. Está acostado en un sofá apostado contra la ventana que vigila de tanto en cuando. No dice nada, solo observa al chico y paulatinamente a las ventanas. Entonces algo camba, alguien habla y se rompe el acero tenso que sostenía el ambiente:

-Yo... Yo soy un... -. 

Dante respondió mientras miraba por la ventana de nuevo:

-Eres el hijo de un caminante mitad humano y de una vendedora oscura, no saques conclusiones precipitadas -. 

-Pero mi hermana, Alice, nunca me dijo nada de esto. Ella me mintió... -.

-Ella quería protegerte. Aún eres un bebé, y sin embargo sabes demasiado. Deberías sentirte orgulloso de lo que eres, no de lo que crees ser -. 

-¿Y qué soy? -.

-Alguien con la voluntad de escribir su propia historia. Busca las preguntas ahí fuera, sal en su encuentro. Pero vas a tener que esperarte a que amanezca, la casa está rodeada de caminantes -. 

Sin embargo estos no se movían. Dante había vigilado con cuidado las cercanías de la casa, pero los caminantes permanecían inmóviles, como estatuas que contienen en aliento. Esperando a alguien o a algo. No... Mas que esperar guardan silencio, un silencio doloroso:

-Vaya, que curioso. Guardan silencio por tu padre, Viento -.

Aún con los ojos inundados, Viento miró por la ventana. Varias decenas de caminantes yacían inmóviles, mirando la casa a no más de veinte metros. Sosteniendo sus guadañas en bajo, y la cabeza medio agachada. Si pudieran, podría decirse que estaban llorando:

-Nunca creí que asistiría a un tributo entre los caminantes. Creo que puedo relajarme, no atacarán la casa. No hoy... -Dante se giró y señaló el libro-... No quiero presionarte, pero en esa historia se mencionan un par de cosas interesante que serían de mucha ayuda a la delantera. Pero es tu decisión, pequeño -. 

Viento no escuchaba las palabras de Dante, seguía embelesado por el pintoresco ambiente que creaban los allí pacientes caminantes. Sentía que estaban en deuda con ellos, por acudir a lo que una vez fue la tumba de alguien importante para ellos. Por su gesto en la noche, en memoria de su padre. Antes de darse cuenta, estaba abriendo la puerta de la casa, saliendo al exterior:

-Chico, no lo hagas -. 

Dante le agarró por el brazo, pero Viento lo miró cargado de ira y congoja:

-No. Ahora me toca a mi hacer algo -. 

Las bisagras de la puerta chirriaron bajo el óxido de los años cuando esta se abrió. Corría una fuerte brisa, más intensa en la frontera que en interior del bosque. El agitar de las hojas recibió a Viento en el exterior. Sin miedo, con voluntad y firmeza, caminó hacia ellos sin vacilar. Dante miraba con atención desde el umbral de la casa. No siguió a Viento, pues sabía que no era su lugar. ¿Qué debería decir?¿A caso me entendería?. Supongo que no harían falta palabras para expresar la gratitud. Viento se situó enfrente de los caminantes, inertes con ojos de muñeca, simplemente escuchando su respiración inexistente. ¿Qué hacer?. Muy simple, un gesto que lo explicaba todo. Viento se arrodilló sobre la hierba y agachó la cabeza. Agachó la cabeza ante los caminantes, ante el bosque que le había dado y arrebatado todo. Agachó ante todos para dar gracias por primera y última vez:

El Bosque EternoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora