Capítulo 37:"Persecución silenciosa"

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Le llamaban extraño, sombrío, mezquino, quizá era todo eso y más. Odiado por muchos, querido por nadie, condenado a vivir esclavo de su propia fama y su propia clientela. Como se dice en la fragua, quien juega con fuego se termina quemando:

"Quien juega con apestosos, acaba apestado"

Y a pesar de que se cuentan muchas historias sobre él, la gran mayoría no son más que cuentos pasados de boca en boca en tabernas y campamentos. Algunos dicen que puede tomar veneno sin sufrir sus efectos. Que convirtió a su hija en una rata inmunda. ¿Que puede oler el sol y el agua disuelve su piel?... Posiblemente ese hombre se ha ganado más reputaciones de las que se merece, y una fama que le precede allá a donde vaya. Pero las cosas que si se saben son las siguientes:

Nunca usa su verdadero nombre, ni se sabe si tiene uno. Sólo lo llaman "El Herborista". Saben que nunca sale de su tienda, que no soporta las visitas, que sólo ama sus cultivos. Saben que es un hombre de baja estatura y delgado, que mucha gente acude con frecuencia a su local sombrío buscando lo que no pueden encontrar de forma convencional. Saben que sus ojos están envueltos en la sombra perpetua de sus ojeras, y que su pelo empezaba a escasear:

-No vendo nada a niños, largo.

Su voz era como un chirrido molesto, rasposa, desagradable, a juego con su carácter agrio y frío. Vestía una túnica marrón larga, que ocultaba su borde trás la mesa de caoba oscura del mostrador. Al otro lado de este, un hombre alto, delgado y de pelo ceniciento:

-Vengo a por medicina para Tom. Él...

El herborista hizo un gesto con la mano:

-No me interesa lo que tenga, sólo dime lo que quieres.

Ámbar miró las estanterías llenas de frascos de todos los tamaños y colores. Algunos contenían líquidos, otros polvos y especias, otros pequeñas flores disecadas:

-Algo para el catarro y la fiebre... -Dijo distraída.

El herborista resopló:

-¿Tienes con lo que pagarlo?

Ámbar sacó la bolsa de monedas y la hizo tintinear con un pequeño balanceo. Ese gesto pareció mosquear al herborista, pues significaba que debería atender a Ámbar como un cliente más:

-Veré que tengo... -Y desapareció por una puerta trasera oculta tras una cortina.

Ámbar se quedó sola con el curandero, que fingía de forma nefasta que no la había visto, intentando ignorarla. Se frotaba las manos nervioso sin fijar la vista en ningún sitio, pero era obvio que Ámbar si le había reconocido a él. Finalmente cansado de fingir que no la había visto, fijó sus ojos en ella y compuso una cara de sorpresa:

-¡Oh! Creo que te conozco. ¿Qué tal está el pequeño?

Ámbar lo miró y compuso la mejor de sus sonrisas:

-No se de quien me habla. Si se refiere a aquel niño al que le salvó la vida hace unos meses me temo que nos dejó hace tiempo.

Procuró que sus palabras tuvieran la cantidad justa de veneno como para que el curandero captara la idea de que lo odiaba. Esa persona había intentado matar a Viento y se había ganado el asco de Ámbar. Pareció entender la pequeña indirecta, pues tragó saliva nervioso:

-Vaya, es una lástima. Ese chico tenía mucho talento con los animales.

Ámbar tuvo que contenerse para no escupir encima de su túnica:

-¿Es aquí donde compra sus medicamentos?

El curandero asintió y miró hacia las estanterías:

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