Capítulo 29:"Siempre son las ratas"

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Es de noche en el Bosque Eterno. Aquí, en ciudad Trincheras, las luces de gas adornan las calles sucias y malolientes. La ciudad se llena de gritos malsonantes y amenazas, y, lejos del calor de un hogar seguro, el exterior se vuelve una jungla donde sobrevive el más astuto o el más fuerte. En este ambiente, un niño está herido y sangrando en un callejón. Nadie sabe que está ahí, muriéndose, tiritando, y asustado. Pero de pronto pasa algo, un brillo intenso sacude el callejón, haciéndolo iluminarse con la fuerza de mil soles. Tan pronto como se ilumina, se queda oscuro y en silencio.

Pero el silencio se rompe a las pocas horas. Aún es de noche, pero algo sale del callejón arrastrándose, una silueta pequeña buscando un lugar donde refugiarse. Intenta arrastrarse fuera del callejón, pero sus esfuerzos son en vano, pues pierde el conocimiento al poco tiempo.

El sonido de los insultos mañaneros despierta a Viento de su sueño incómodo y frío. Se frota los ojos con las manos antes de levantarlas y dejar que la luz las ilumine. Allí estaba su mano derecha, intacta como si nada hubiera pasado. Movió los dedos para asegurarse de que no había perdido movilidad. Levantó la cabeza y comprobó aliviado que su pierna también estaba entera y sin falta de dedos aparentes. Dejó caer la cabeza de nuevo en el suelo, y se quedó mirando el cielo cubierto por los árboles mientras el salvaje galopar de su corazón se ralentizaba:

-Estoy... Vivo...

Tanto la pierna como el brazo derecho de Viento estaban ahí, pero no la ropa que había sido cortada, por lo que el pantalón terminaba de golpe en un corte recto y limpio por donde empezaba la rodilla. La manga también terminaba en un corte limpio a la altura del codo. Se quedó tirado, escuchando la ciudad, perdiéndose en el sonido. Después de un rato que pareció hacerse eterno, se incorporó con las piernas temblorosas. Se apoyó contra la pared y tanteó con la mano para comprobar que todo estuviera en su sitio. Pisó con la pierna, la flexionó e hizo estiramientos, no parecía haber ningún problemas:

-¡Eh, mocoso!... -Un hombre harapiento y gordo estaba en el otro extremo del callejón entre las dos casas. Parecía alterado y sudaba en abundancia-... ¿Qué haces en mi escondite?¿A caso quieres mi tesoro escondido?

Viento levantó las manos en señal de paz:

-No se de que me hablas, sólo pasé la noche aquí y...

-¿¡Qué es toda esa sangre!?... -El hombre miraba perturbado el lugar donde Viento había pedido el deseo, y la mancha oscura de sangre seca que había brotado de sus heridas decoraba la tierra del suelo.

-Es... Puedo explicarlo...

Pero el hombre ya había perdido toda capacidad de pensar, ayudado por el alcohol que claramente había bebido:

-¡Cállate! Seguro que eres uno de esos seres encapuchados que controlan a la gente entre las sombras... -El hombre rebuscó en sus pantalones raídos hasta dar con un cuchillo oxidado-... Pero aquí estoy yo para detenerte.

Viento dio un paso atrás. Se concentró e intentó hablar con Calma, pero le resultó extraño comprobar que este no respondía. Calma siempre había estado ahí, siempre estaba ahí, pero ahora solo había un vacío incómodo. Viento maldijo para si mismo e intentó arreglar las cosas hablando:

-Sólo soy un niño que se ha perdido, mírame, ¿te parezco una amenaza?...

Pero antes de poder terminar de hablar, el hombre lo atacó con un torpe tajo, que falló:

-¡Muere, criatura de las sombras!

Estaba claro que Viento no podría convencerlo con palabras. Decidió que lo más sensato sería irse de ese lugar, pero cuando iba a dar un paso atrás para irse, se dio cuenta de que no podía marcharse. Su bolsa con su diario estaba en el suelo junto al charco de sangre, al lado del hombre perturbado. Viento debió de quedarse mucho tiempo mirando la bolsa, pues llamó la atención del hombre, que bajó la vista para mirarla:

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