Capítulo 56:"La guerra nunca cambia"

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Es noche nublada en el bosque eterno. Los hombres lo saben porque pueden ver el cielo oscuro y nuboso desde lo alto de la muralla. Las antorchas clavadas a lo largo del muro alto de cemento y ladrillos chisporrotean ante las gotas de lluvia que caen sobre ellas. Sobre el muro, cientos de hombres armados con brillantes y mojadas armaduras miran hacia el bosque con expresión distante. La luz titilante de las antorchas se refleja en las armaduras de hierro mojadas por la lluvia y en los ojos apagados de los soldados que empuña lanzas, espadas y escudos de madera redondos. Los arqueros se apostan por detrás de los soldados al pie de la muralla con los arcos encordados y tensos con una flecha cargada presta para volar.

La lluvia está caliente. No tibia como la lluvia ocasional de verano que cae después de una tarde de calor intenso, si no caliente como el agua de un manantial. Todos saben que significa: Se va a derramar sangre. Fuera, al otro lado de la muralla alta iluminada por antorchas, a no más de cien metros, donde terminaba el claro y comenzaba el bosque, podían verse cientos si no miles de figuras retorcidas y armadas con largas y pálidas guadañas. El inmenso grupo de caminantes era visible en la oscuridad del bosque gracias a los faroles que portaban los espectros montados situados en primera línea de batalla. Jinetes pertrechados en oscuras armaduras de metal retorcido cuya cara quedaba engullida por las sombras bajo unas capuchas de hierro doblado. Sus monturas eran lobos, tigres albinos, caballos decapitados y con las tripas desparramadas por el suelo... En su diestra portaban un farol que arrojaba luz rojiza desde un pequeño punto de luz que flotaba en el interior del mismo. Había un jinete apostado cada veinte metros al frente de los caminantes. La luz que desprendían los faroles de los jinetes iluminaba el círculo de caminantes que rodeaba por completo la ciudad amurallada que pretendían asediar:

-La guerra nunca cambia... -Dijo un hombre alto, pertrechado y fornido de voz grave y rasposa frente a los soldados de la muralla. Se paseaba mirando los rostros asustados de los guerreros, que lo seguían con la mirada en silencio-... La única diferencia es que fuera de estos árboles nos atacaban hijos de puta muy similares a nosotros... -El hombre era alto, muy alto, mediría más de dos metros. Por su voz se denotaba que era ya mayor. Señaló a la línea enemiga-... Así que matar a esos hijos de puta que en poco se parecen a nosotros debería resultar mucho más fácil.

La lluvia repiqueteaba sobre el hierro de las armaduras y sobre la piedra del suelo creando charcos donde brillaban las llamas de las antorchas. Nadie hablaba, el silencio de cientos de soldados que miran hacia su posible muerte. El hombre alto y fornido siguió hablando:

-Yo no vine al bosque por acto de misericordia. Ni tampoco vine por la calidad de vida, pero aquí estoy, aquí estamos. Pondría un brazo en el fuego... -Levantó el brazo por encima de la cabeza-... Y estoy seguro de que no saldría escaldado si digo que cualquiera de nosotros preferiría volver a la vida sin bosque y me equivocase. Quiero que levante la mano ahora mismo quien haya perdido a un familiar, aún amigo, a un ser querido por culpa del bosque... -Dijo paseando la mirada entre los soldados silenciosos.

Durante unos instantes sólo el sonido de la lluvia caliente estuvo presente. Pero entonces un soldado levantó la mano:

-¿Cómo te llamas, hijo?... -Preguntó el hombre alto.

-Jackseam... Jackseam Volture... -Dijo el soldado con la voz algo cortada por el nerviosismo y el miedo.

-Encantado, Jackseam Volture, yo soy Marcus Lionheart. Dime, hijo, ¿qué perdiste? 

Jackseam tenía un fuerte acento que arrastraba las erres:

-Mi hermano fue asesinado por un caminante... -Dijo levantando la voz-... Mi hogar fue sepultado por el bosque, mi madre acabó volviéndose loca y mi padre nos abandonó por un deseo... -Se quedó callado.

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