A pesar de que es de noche en el pueblo sin nombre hay muchas personas despiertas. Caminando en silencio por las calles oscuras vestidos con túnicas negras, portando farolillos. Caminan moviendo los labios sin decir nada con la cara envuelta en sombras y con paso lúgubre. Aunque Viento, desde la ventana del segundo piso de la casa de Gabriel hubiera podido oírlos, no habría entendido lo que decían. Pero aún así observaba la ciudad desde la ventana, sin pegar ojo, sin conciliar el sueño. Sólo mira hacia la iglesia de la que se puede ver el tejado negro y abovedado sobresaliendo por encima de las demás casas en la distancia. Aún está vestido y la cama perfectamente hecha. Sentado en una silla junto a la ventana, con las cortinas ligeramente abiertas para poder mirar hacia fuera. Desliza la mano y abre un postigo de la ventana, dejando que la ligera brisa que corre, fresca e invernal, entre y haga oscilar las cortinas. Deja que lo golpeé en la cara. Entonces se apoya en el marco de la ventana y se inclina hacia fuera mirando a su alrededor. El tejado de la siguiente casa está demasiado lejos como para llegar de un salto. Entonces mira hacia abajo y calcula mentalmente la altura que lo separa del suelo. Justo en ese momento pasaba por debajo uno de los hombres encapuchados. La figura oscura se detiene en seco, como si hubiera escuchado algo que le llama la atención. Entonces mira hacia arriba con curiosidad, pero sólo ve una ventana cerrada con las cortinas corridas. Viento está dentro, ha cerrado la ventana y el corazón golpea su pecho como un tambor. Finalmente se convence de que es una locura y desiste de intentar salir. Se aparta de la ventana y se quita la ropa con dificultad, pues esta se ha pegado a su piel por culpa del sudor. Sabe que esta noche le costará pegar ojo, pero igualmente se mete en la cama y cierra los ojos.
Lo que Viento nunca supo es que hubo alguien detrás de su puerta toda la noche, incansable, escuchando todo lo que hacía. Gabriel aquella noche tampoco durmió.
La mañana despertó con el olor de chocolate caliente y suaves golpes de nudillo en la puerta:
-¿Vintas?... -Preguntó Gabriel al otro lado-... ¿Estás despierto?
La realidad es que Viento llevaba mucho tiempo despierto. Y de no ser por un par de cabezadas discretas se podría haber dicho que no había pegado ojo en toda la noche. Se había vestido con sus caras ropas compradas con el dinero de la cadena para caminantes y releía las páginas de su gastado diario con la luz que entraba por la ventana. Cuando escuchó los golpes cerró el diario y lo guardó en el saco de arpillera:
-Sí... -Contestó.
-He calentado un poco de chocolate y le he comprado a Loosy un bizcocho muy esponjoso... -Su voz sonaba amortiguada tras la puerta de madera maciza.
-Enseguida bajo, Gab. Dame un momento.
Viento escuchó en silencio como los pasos de Gabriel se alejaban al otro lado de la puerta y bajaban las escaleras. Se tomó unos instantes para poner en orden sus pensamientos antes de bajar a comer.
El bizcocho que había cocinado Loosy era tan tierno y esponjoso que Viento, pese a no tener hambre, tuvo que contenerse para no repetir un par de veces más. El chocolate caliente aún humeaba en su cazo de hierro, oliendo a especias y cacao. Gabriel sirvió dos buenas tazas y ambos soplaron como niños, impacientes por qué se enfriara lo suficiente como para poder dar buena cuenta de él. Con el estómago caliente por el chocolate Viento se sentía mucho mejor:
-¿Has dormido bien?... -Preguntó Gabriel mientras recogía la vajilla.
-Sí, es una cama realmente cómoda... -Confesó Viento.
Gabriel asintió:
-Me alegro, hoy va a ser un día largo y te necesito con fuerzas.
Viento sintió un cosquilleo de emoción:
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El Bosque Eterno
FantasíaSaben que nada bueno pasa cerca de este bosque, y que su llegada es solo un augurio de las peores catástrofes. Saben que dentro de este bosque habitan criaturas de cuentos, de libros antiguos. Saben que una magia extraña lo rodea, y lo hace crecer e...