Capítulo 10

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—¿Mamá? —mi voz retumba por la casa mientras dejo mis cosas sobre la encimera de la cocina.

Tomo una botella de agua de la alacena, y al girarme, me llevo el mayor susto de mi vida al ver a Flore parada a mis espaldas.

—¡Dioses! —exclamo con una mano sobre el pecho justo encima de mi corazón—. ¿Qué fue eso? Ni siquiera te escuché llegar.

—Ella está durmiendo —se limita a responderme y algo en su rostro comienza a incomodarme—. Cosa que agradezco, porque creo que así podemos hablar a gusto, y podrías contarme qué es esto.

Flore desliza los papeles que el reclutador me había dado sobre la superficie, y no puedo evitar apretar los labios.

—¿No se supone esto debe de estar en manos de algún hombre importante en vez del cesto de la basura? —mis ojos evitan su mirada, y cuando mis dedos se envuelven alrededor de la hoja y tiran de ella, mis dedos son triturados por el agarre de Flore—. ¿En qué estabas pensando al rechazar algo así?

—¡No puedo aceptar! —niego, y en mis ojos se están formando unas lágrimas que no deberían de estar ahí—. No puedo, Flore. No con mamá en este estado. Creí que tú, entre los pocos que quedamos me entenderías.

El agarre de Flore comienza a ceder y cuando mis dedos son liberados, una lágrima silenciosa cae.

—Papá se fue —susurro y aprovecho a que la mujer está distraída para limpiar mi mejilla húmeda—. Y puede que me ofrezcan mucho dinero, pero estaré lejos, Flore. Y no seré otra persona que la deje. No la abandonaré.

—¿Piensas decirle? —me susurra y cuando me mira, algo en sus ojos se ve diferente.

Se ven más cálidos. Menos duros que la mayoría de las veces.

—No —niego y con un suspiro hago trizas el papel—. Haré como si esto nunca hubiera llegado a mis manos. Ahora, ¿cómo está ella?

La mujer no me responde y cuando comienza a hacer otras cosas, sé que no obtendré nada de ella. Ya no.

—Bien —murmuro mientras recojo mis cosas un tanto molesta—. Si no tienes nada más que hacer, creo que es momento de que te vayas.

—Bien —se limita a responderme y antes de irme, su voz me detiene—. Espero que en algún momento puedas hablar con ella, porque si de algún modo eso se llega a colar, ella no se perdonará por hacerte eso.

—Ella no tendrá que culparse por nada —niego, mirando la suela de mis zapatos—. Yo tomé esta decisión. Si alguien aquí es culpable, esa soy yo.

—Si llegas a tener algún problema con ella no dudes en marcarme.

Sé que solo lo dijo a modo de despedida y sin nada más que tratar con ella, tomo la invitación con gusto.

Escucho a Flore moverse por la casa y cuando la puerta principal se cierra, mi respiración se libera.

Flore puede llegar a ser intensa en lo que a mi vida se trata, y lo comprendo ya que desde la enfermedad de mi madre, ella ha vivido aquí y prácticamente se ha ocupado de mi como de mi madre.

—¿Layla? —la suave voz de mi madre me llega a través de su puerta, y cuando la empujo, la encuentro recargada sobre una pila de almohadas y su lámpara de lectura encendida.

—Hola mamá —dejo mis cosas al pie de su cama y con cuidado tomo asiento en un pequeño espacio libre—. ¿Cómo te sientes?

—Mucho mejor ahora que estás en casa —me sonríe de la manera más bella en el mundo, y mi corazón sufre un pequeño colapso al verla así—. ¿Por qué no te acuestas con mamá y le platicas sobre tu día?

—¿Segura? ¿No te sientes cansada?

—Leanlayle Moneereh yo sabré cuando decir que No. Ahora, ven a mi lado. Permanece conmigo —mientras me muevo por la cama trato de no lastimarla, pero cuando mi cuerpo encaja con el suyo y su mano comienza a juguetear con mi cabello, me relajo—. Ahora, vamos, platícame. ¿Qué historia contaste hoy?

Y con esta simple pregunta, comienzo a platicarle de mi día.

El secreto de los dioses [M. I #1] ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora