Capítulo 67

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—¡Alto! —grito a todo pulmón empujando las enormes puertas y al entrar, ciento como todas las miradas se posan en mi—. Detengan... esto.

Veo expresiones de total sorpresa, así como también de alegría y alivio recorrer las expresiones de los dioses en la sala.

Mi mirada tarda en encontrarle y al verle tan pálido y débil ahí parado lo mejor que su maltrecho cuerpo se lo permite, me doy cuenta que se encuentra parado justo donde desaparecí. Mi corazón se dispara como una pistola lo haría al encontrar su objetivo mientras veo sus ojos recorrerme y estos comienzan a brillar de lo que veo, es felicidad.

Henry está feliz de verme.

Oh, Dioses, ¿no habré ido al cielo en lugar de volver?

—¡Se suponía debía morir! —aúlla Julián desde algún lugar en la habitación seguido de un ataque de risa al estilo hiena y al buscarlo veo que se encuentra amarrado y postrado de rodillas a un costado de los tronos de los hermanos—. Bueno, como dicen: hierba mala nunca muere. Aunque tengo curiosidad por saber cómo lo hiciste. Oh, gran y poderosa, Layla mágica. No seas tímida y cuéntanos tu pequeño secreto.

En este momento reparo en qué Perséfone se encuentra en el centro de la habitación con Hestia mirándola desde lo alto con desprecio mientras esta última llora.

Vuelvo a mirar en la dirección en la que se encuentra Henry y veo que Hera se ha acercado a él.

Tardo un momento en volver a conectar mi cerebro con mi lengua y cuando recuerdo el por qué estoy aquí, me apresuro a acercarme al estrado manteniendo mi distancia de la Perséfone bañada en lágrimas.

—Consejo, tengo algo que... decirles —comienzo, pero el suave gesto que me da Hestia con su mano, me detiene.

—Es imposible que sigas negándolo, Perséfone. Sabemos lo que los dos intentaron hacer. Él...

—Él estaba actuando por cuenta propia. No sabía nada de esto. Tienen que creerme —les suplica entre lágrimas y al ver la escena no puedo evitar poner los ojos en blanco—. Papi...

—Es suficiente —le interrumpe Hestia y con un movimiento diferente de su mano, veo cómo las cadenas de Julián se aprietan con más fuerza a su alrededor—. A menos que quieras que le rompa todos los huesos, será mejor que confieses.

Perséfone... —me parece escuchar el suave llamado de Julián de seguro debido a la falta de oxígeno que está entrando en su cuerpo—. No creo que... esto... sea...

—Yo no formo parte de esto. —vuelve a decir y sin poder contenerme más, simplemente estallo.

—¡Oh, eso es una mentira! —le aseguro a la sala mirándola con los ojos encendidos—. Ella me asesinó. Y no una. ¡Dos veces! Trató de desaparecerme. Casi lo hubiera logrado si no hubiera sido por Henry y su sangre. Y sobre todo, los engañó a todos ustedes. Ese día cuando ella estaba en el jardín, el día en que encontró la granada, ella no la comió. Hizo pasar una manzana en su lugar y los estuvo engañando todo este tiempo.

Segura de que he captado toda la atención de la habitación, busco en la bolsa donde eche la granada que me dieron los Keres, y cuando mis dedos tocan la textura lisa de la cáscara y se envuelven alrededor de esta, la saco.

Escucho las exclamaciones recorrer la habitación por igual mientras todos miran con atención y al ver la expresión de sorpresa en el rostro de Perséfone con las lágrimas más falsas de la historia quedando en el olvido, un sentimiento de victoria me recorre todo el cuerpo.

—La granada del Inframundo. —escucho decir al que distingo es Poseidón y su voz parece haber desactivado la pausa que se había instalado en la habitación porque veo a Perséfone y a Hera lanzarse sobre mi.

El secreto de los dioses [M. I #1] ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora